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domingo, 16 de diciembre de 2018

Auf wiedersehen Deutschland

Ha llegado la hora de cerrar un capítulo. Hoy es nuestro último día en Alemania. Las últimas dos semanas han sido como un huracán de tareas y emociones. Hoy que ya todo está listo y a pesar del cansancio, tengo una gran sensación de tranquilidad.


Afuera nieva y hace frío, Alemania nos despide con un paisaje blanco. Desde mi ventana veo gente trotando, niños jugando y la vida de la ciudad siguiendo su curso, porque eso es Alemania, un país donde no todo es o ha sido color de rosa, pero donde la resiliencia de su gente se puede ver en los más mínimos detalles.



Recuerdo vívidamente mi sensación en el estómago cuando llegamos hace dos años y medio, era como un nudo que me apretaba fuerte. El miedo a lo desconocido, a la incertidumbre, a sentirme diferente me jugaban una mala pasada aquella mañana de Julio.


Alemania, no les voy a mentir, es un lugar en donde para vivir se requiere de eso que en aquel momento yo carecía, conocimiento. Este, el conocimiento necesario, es uno muy específico, porque Alemania es así como su idioma, precisa. Aquí hay que saber, para sentirse seguro. Las reglas que son muchas y muy complejas norman el diario vivir de este país, todo tiene una forma exacta de hacerse y un momento preciso. La espontaneidad propia de nuestra cultura no tiene mucha cabida en este mundo y hay que ajustarse.


Hay que aprender un nuevo idioma, pasar por decenas de trámites, reaprender lo que pensabas aprendido, entender su historia para entender a su gente, respetar sus costumbres y tradiciones, y así un largo etc. 
Durante los primeros meses me invadía una sensación permanente de estar haciendo algo mal. No lo había sentido antes y esta no es mi primera vez viviendo en un país que no es el mío, y es que aquí todo esta normado y planificado hasta la eternidad.


Hemos vivido experiencias hermosas en este país, y también saboreado tragos no tan dulces. Si me preguntan cuál ha sido mi mayor aprendizaje, sin duda les diré que nunca antes me había sentido tan dueña de mi propia actitud y responsable de mis propios actos. Creo que Alemania ha sido un buen maestro, de esos a la antigua, de los que te ponían nerviosa, pero finalmente te enseñaban mucho.  Aquí todo requiere esfuerzo, trabajo y una milla extra de dedicación.El clima define el carácter de la gente e impone una vida rigurosa y disciplinada.


Ahora que miro atrás, el miedo se ha ido. En su lugar queda la satisfacción de la experiencia vivida. Disfruté de las cálidas y largas tardes del verano, de la increíble infraestructura para las bicicletas, de la explosión de flores en la primavera, del blanco paisaje del invierno, de los increíbles colores del Otoño y de una seguridad que nunca había sentido y que sin lugar a dudas será lo que más voy a extrañar. Entendí porque todo tiene un tiempo preciso, porque todo es parte de un ciclo perfecto.




Aquí dejo gente a la que hemos llegado a querer entrañablemente, el vecino que pese a no entenderte  corrió  en tu ayuda cuando lo necesitaste, el extraño que tendió la mano amiga, y los amigos, esos que se convierten en la familia postiza y que pese a compartir un tiempo limitado y a saber que estas sentenciado a separarte desde el inicio, te llenaron la vida de días más brillantes. 
 
Cada vez que me mudo siento que el corazón se me llena de parches, un pedazo del mío se queda en cada lugar, con cada amigo querido y el hueco que me queda lo lleno con un pedacito de lo que ellos me entregaron. No se si a estas alturas, mi corazón, tiene la forma perfecta, o el color adecuado, la única certeza que tengo es que ha crecido a punta de usarlo.


Nos vamos con la maleta llena de recuerdos y aprendizajes valiosos, con dos hijos más grandes, más valientes, más humanos.  
Estamos listos para la nueva aventura, porque vamos con la mente y el corazón abierto y desde luego con más herramientas de las que teníamos cuando llegamos a estas tierras. Seguiré contándoles mis aventuras al otro lado del charco

Durante este tiempo, compartir mis pensamientos y mis vivencias ha sido un ejercicio maravilloso, ha sido mi forma de combatir  la soledad y la frustración y de compartir mis experiencias y alegrías, porque las palabras, aunque no estén impresas en un libro, vuelan libres y tocan corazones.

 
Me gusta cuando se pueden ver e identificar en mis relatos y yo en sus respuestas. Sigan acompañadome en este camino.

Hasta el próximo post desde un México 🇲🇽 lleno de luz y color!
 

lunes, 19 de noviembre de 2018

¿Y ahora que empaco?

Un hombre pequeño, rubio y con unos lentes muy gruesos toca el timbre de mi casa. 
Afuera llueve y cuando le abro la puerta, entra despacio y  cuidadosame se retira el abrigo y el sombrero impermeable, se saca los zapatos y limpia sus lentes. Una vez listo, me saluda sonriendo y al hacerlo usa todos los músculos de su cara dejando ver unos ojos pequeñitos tras los vidrios.Viene armado con un Ipad y varios formularios.  Es el agente que se encargará de mi mudanza. 

El hombre está absolutamente organizado, nada de que sorprenderse aquí en Alemania, saca su Ipad y con una seguridad propia de su edad y nacionalidad, empieza a medir nuestros muebles uno por uno. No usa un metro sino una aplicación en su tableta.
Cuando llega al final del primer piso de la casa sentencia severo : That’s it!

What? ¿Cómo que that’s it? A no ser que mis muebles hayan crecido o el container se haya encogido, francamente no entiendo como es que me cabe solo la mitad de la casa, pero ¿Quién discute con el Alemán y su  Ipad? 
You have too many bikes, me dice con ojos de reproche. Cuénteme algo que no sepa, le contesto yo con los ojos medio en blanco.

En fin, esta visita me ha llevado a un proceso de selección de aquello que merece la pena ser empacado y de lo que ha de quedarse a este lado del charco. ¿Qué es lo indispensable, lo importante, lo irreemplazable? Mi esposo quiere todas sus bicis, todas sus herrmientas, tuercas, repuestos y otras cosas que yo con gusto donaría. Mi hijo mayor no quiere deshacerse de uno solo de sus libros por mucho que los haya leido mil y una veces,  el pequeño quiere todos sus legos y juguetes... y a mi que me empaquen mis zapatos y mis pinturas por favor!  

Viajar ligero y soltar es un concepto popular, uno que en la práctica resulta más complejo que en las frases hechas que lees por allí, y  es que cuando empacas, no solo guardas cosas, tratas de conservar las emociones que sentiste cuando las compraste, las usaste o las hiciste y son esos sentimientos los que te juegan una mala pasada y te tientan a aferrarte.

He decidido dejar atrás los muebles y la decoración de los cuartos de mis hijos. Muchas de esas cosas que cuelgan de sus paredes las hice yo misma, las pinté con amor y paciencia. Para mi dejarlas atrás, significa admitir que esa etapa terminó. Salí de mi país hace seis años con dos niños chicos y ahora viajo con dos preadolescentes. Para ellos, decirles adiós  significa dejar el recuerdo lo que les conectaba con su casa en Ecuador. Pero las cosas no tienen recuerdos les explico, los recuerdos te pertenecen a tí.  

Es común en Alemania, dejar afuera de tu casa aquello que ya no necesitas de modo que otros puedan aprovecharlo si quieren.  Nos dió mucho gusto ver a una familia con tres niños pasar Y gritar ¡super! Al tiempo que llenaban su coche con nuestras cosas, los niños reían felices y nosotros nos quedamos en paz sabiendo que adornarán otro hogar. 

Al hacer maletas también hay que tener cuidado de no empacar los miedos, los prejuicios o los por siacaso. La vida viene como debe venir y no de otra manera. De las experiencias difíciles se empacan solo los aprendizajes y de las felices la gratitud.

La verdad es que después de cambiar de continente tres veces, algo sabemos de empaques. Es increíble como, en los primeros meses, mientras tu casa flota en un container, puedes llegar a vivir y ser feliz con poco. Ahí es cuando realmente entiendes que lo importante y lo esencial, como dice mi querido Principito, es siempre lo invisible para los ojos. 


Si un equipaje ha de ser ligero ese es el de tu cabeza, a esa hay que mantenerla abierta y disfrutar de la simplicidad, porque la probabilidad de ser feliz es mucho mas alta. 
Me llevo lo esencial,  lo irreemplazable, lo que no se puede medir con el Ipad de mi visitante, ni tiene precio en el formulario del seguro.  Me llevo esos momentos que hoy me llenan el corazón y que algún día serán, los tesoros que nadie podrá llevarse.  Esos no me caben en la maleta!


Hasta el próximo post!

viernes, 2 de noviembre de 2018

Quiero colada morada y guaguas de pan!!


Veo fotos de las tasas humeantes y los panes coloridos y la boca se me hace agua. Publicar estas cosas debería ser considerado una especie de cyberbullying. Debo confesar que la de finados, es la tradición que más extraño y dolorosamente añoro de mi país
No les miento, si cierro los ojos puedo oler la hierba luisa, el ishpingo, los clavos, la canela y las frutas cociéndose en una perfecta amalgama de amor en la cocina de mi mamá. 


Mientras vivía en Sudáfrica podía encontrar algunos de los ingredientes y la solía preparar para que mis hijos no la olvidaran. No salía idéntica, pero si suficientemente buena como para matar el antojo. Aquí en Alemania la cosa me cuesta más trabajo.

Para los que no saben de lo que estoy hablando, el consumo de colada morada y guaguas de pan (niño/a en quechua), es una tradición milenaria que llena las mesas de los ecuatorianos el día de finados. La costumbre data según los historiadores de hace más de 5000 años y se remonta a mucho antes de la conquista española. Por supuesto y como ocurre con todo, el potaje ha evolucionado con el tiempo y se ha convertido en algo mucho más elaborado. Las guaguas originales eran la representación de un muerto amortajado y antes de la introducción del trigo, se hacían en tiesto con zapallo. Con los años se dejó el zapallo como ingrediente solo para hacer dulce para el relleno. La versión incaica de la colada tenía frutos silvestres, hierbas y cereales andinos, el principal el maíz morado, y de ahí viene precisamente su característico color y su nombre.

Antes de que Ecuador fuese católico, esta era una celebración de la cosecha, por eso su relación con la vida y la muerte, el potaje era una ofrenda por la lluvia, que se compartía en comunidad y de la que participaban también los seres queridos que ya no estaban. Durante muchos años la tradición en Ecuador era, y en algunas familias sigue siendo, reunir a la familia para amasar y decorar el pan y estar juntos durante la cocción de la colada que se consumiría el día de 2 de noviembre, cuando se recordaba a los seres queridos que se habían adelantado.

Tengo muchos recuerdos de esas tardes en familia, para mí esas reuniones siempre fueron de celebración, eran un homenaje a la vida. Siempre éramos los niños los que más gozábamos, rodeábamos la mesa de mi abuela en absoluto jolgorio, mientras ella servía la bebida caliente y entregaba a cada uno una deliciosa pieza de pan, con la que primero jugábamos, para luego comérnosla poco a poco.

Hay mucha simbología en la tradición que tanto extraño, la siembra que hacemos mientras estamos vivos, la alegría de la cosecha, los frutos del trabajo duro, el fin de los ciclos, la familia celebrando la vida de los que estamos y de los que se fueron, la delicia de compartir juntos.

Hoy no tengo colada pero tengo vida y brindaré por ella, con cerveza y pretzel, con café y pastel o con lo que lo que este disponible, por que el tiempo pasa y hay que asegurarse de vivirlo.
Después de todo y como dice Borges: "Planta tus propios jardines y decora tu propia alma, en lugar de esperar a que alguien te traiga flores
A vivir que de eso se trata!


Hasta el próximo post!




lunes, 10 de septiembre de 2018

¿Mami y esa niña quien es?

La semana pasada tuve la oportunidad de abrir una puerta que me permitió mirar muchos años atrás. A pesar de no saber a dónde se ha ido el tiempo, resulta que ha pasado. 

Mis compañeras de colegio y yo estamos celebrando 30 años de habernos graduado! Treinta no son pocos, ha corrido mucha agua bajo el puente.

Grupo de whatsapp creado y mensajes de por medio, he visto, leído y disfrutado de comentarios e imágenes llenas de las niñas que una vez fuimos. Copetes ochenteros, sonrisas adolescentes  y atuendos que no nos llenan de orgullo,  llenan la pantalla de mi celular.

Me han pedido encontrar fotos de la época y se imaginaran que después de tantas mudanzas y del ir y venir, ni idea de donde puedan estar, por suerte mi mamá ha conservado unas pocas. Las miro con una especie de incredulidad ¿cómo pasó tanto tiempo?

Hay una foto en particular que me ha llamado la atención. Una niña de unos cinco años y pelo muy corto, con uniforme a cuadros, suéter azul, capa y muceta roja está parada junto a su padre. La niña tiene  cara de no enterarse muy bien de lo que pasa a su alrededor y se ve un poco incómoda en el atuendo. Esa niña soy yo. Cuando les enseño a mis hijos la foto los dos abren los ojos como platos y preguntan ¿Mami, y esa niña quien es?

Como todas las buenas preguntas, esta ha desatado un proceso de reflexión, esta vez sobre mi propia identidad.

¿Quienes somos? ¿Somos lo que fuimos? ¿Somos lo que hacemos? ¿Lo que sabemos? ¿Lo que nos ha pasado? ¿Lo que queremos para nuestro futuro? ¿Somos nuestro cuerpo? ¿Nuestros pensamientos? ¿Nuestras ideas? ¿Que nos define como seres humanos? ¿Soy yo esa niña de la foto?
Muchas preguntas vienen a mi cabeza y lo cierto es que todas me parecen absolutamente válidas cuando las hago en primera persona. Hablar de identidad no es remitirse a una foto, no es una captura instantánea, la construcción de la identidad es un proceso permanente y sin fin.

Me viene a la cabeza una cita de “Alicia en el país de las maravillas” , cuando Alicia un poco confundida por sus cambios de tamaño entabla una coversación con una oruga:

Quién eres tú? -dijo la Oruga. 

No era una forma demasiado alentadora de empezar una conversación. Alicia contestó un poco intimidada: 

-Apenas sé, señora, lo que soy en este momento... Sí sé quién era al levantarme esta mañana, pero creo que he cambiado varias veces desde entonces....


Y vaya que cambiamos en este mundo que no da tregua, que se mueve constantemente.
Nuestra identidad se sostiene sobre unos pilares fundamentales, como el género, la nacionalidad, el idioma, para algunos religión, tus valores de vida etc, pero fundamentalmente  es algo que se construye  a lo largo de la existencia.
Cuando uno de esos pilares se cae, te invade una sensación de vacío, de no reconocerte en el espejo, te enfrentas a lo que solemos llamar  una crisis existencial. Me pasó después de ser mamá por primera vez, cada mañana yo buscaba a una brillante ejecutiva reflejada en el espejo pero él se empeñaba en enseñarme esa mujer que no había dormido bien y que no tenía nada de ejecutiva. Lo sentí de nuevo cuando me mudé fuera de mi país y tuve que cambiar de idioma, de costumbres, etc. Te pasa después de un divorcio, de un duelo, en fin cuando pierdes un referente que te define.

Lo  cierto es que cuando no nos reconocemos por un tiempo hay que hacer un esfuerzo consciente por conocernos otra vez, por encontrar un camino donde transitar sabiendo a donde queremos llegar, por encontrar un nuevo referente que nos permita construirnos de nuevo. Por que somos nuestras circunstancias pero fundamentalmente somos las decisiones que tomamos cuando las enfrentamos.  

Esta mañana me he mirado  al espejo con cuidado y en lo profundo de mis ojos aún puedo ver a esa niña, esa que ya ha caminado un trecho de su vida.  La imagen me muestra también una mujer a la que conozco bien,  una que ha construido sus certezas, que ha enfrentado sus miedos, que ha saboreado sus triunfos y llorado sus fracasos.  Soy un montón de verbos y otros tantos adjetivos. Pero también soy mis sueños, mis aspiraciones y lo que espero de la vida.


Me ha encantado mirar hacia atrás! A veces es bueno hacerlo para buscar perspectiva, para entendernos, para hacer una pausa y reflexionar antes de avanzar. Brindo por estos treinta años, por las niñas que fuimos, por las mujeres en que nos hemos convertido y por los caminos que aún tenemos por recorrer. Por las veces que nos hemos perdido y por las otras tantas que nos hemos encontrado, por esa obra que somos y que aún no está completa, pero que cada año es una versión mejor que el anterior.

Han visto últimamente sus fotos de niños, ¿se reconocen? Hoy miré la foto de nuevo y la respuesta a la pregunta de mis hijos fue: Esa niña de la foto, es muchas cosas, pero lo que más le gusta a esa niña es ser su mamá! ;-)


Hasta el próximo post!



viernes, 6 de julio de 2018

Inesperado pero preciso, mi viaje a Israel

Dicen que las mejores cosas de la vida no necesitan ser buscadas, ellas te encuentran, en el momento preciso y cuando más las necesitas. 


Hace algunos años, antes de salir de mi país y casi por casualidad, el coaching  llegó a mi vida y para ser honesta poco sabía yo de lo que se trataba. Mi fuerte siempre fueron los números, siempre trabajé con ellos. Las finanzas fueron mi pasión por muchos años, estudié, trabajé y enseñé un sin número de temas relacionados con ellas.  
Mientras daba clases en la escuela de educación continua de la Universidad y me divertía como una enana apalancando betas, calculando índices y escudriñando estados financieros, un día la Universidad me propuso una certificación en coaching ejecutivo con una escuela europea. La verdad es que más que el tema lo que movió a hacerla fue la oportunidad de aprender algo que desconocía por completo. Yo tenía experiencia corporativa previa y el tema me hacia sentido.  Fue una experiencia enriquecedora, descubrí mucho de mí y a través de esa nueva conciencia empecé a mirar a los otros desde otro punto de vista, la certificación me ayudó a explorar la forma como los seres humanos conectamos y lo que nos mueve hacia nuestras metas. 

Cuando empezaba a ponerle tiempo y empeño al nuevo descubrimiento, la vida me mandó a miles de kilómetros de distancia, pero el tema seguía resonando en mi cabeza, tuve la oportunidad de trabajarlo y estudiarlo más profundamente en Sudáfrica,  con gente que hablaba otro idioma, profesaba otra fé, no compartía mi raza o mis costumbres, seguía modelos diferentes de negocios, aprendía en formas distintas  y entonces entendí realmente  lo que significaba la diversidad y la empatía. Siempre me han llamado la atención las innumerables  formas desde las  que una misma realidad puede ser observada. Si siguen mis aventuras en este blog sabrán que he pasado ya cerca de dos años en Alemania y créanme que sin esta habilidad desarrollada casi por casualidad esta experiencia hubiera sido menos rica.

Una noche por azar, algo captó mi atención mientras miraba mi timeline en Facebook, era la foto de un niño con gafas y una capa, estaba corriendo intentando hacer volar una cometa con una sonrisa en sus labios, la imagen decia “Say yes to new adventures”, era como si la imagen me hablará solo a mí, paré, miré y descubrí  que se trataba de un herramienta de desarrollo personal y coaching llamada Points of You. Como coach siempre quieres incorporar algo nuevo a tu “toolbox” así que empecé a interesarme por el tema y me atrapó, parecía justo para mí, incorporaba el uso de la fotografía, que me apasiona, como una herramienta para ampliar y expandir puntos de vista a través del juego!  y el siguiente seminario era nada menos que en Israel! 

Todos mis pensamientos limitantes saltaron a mi cabeza en ese momento, no no puedo, no debería, es muy lejos, es muy largo, quien cuidará de los chicos, la inversión es importante, y así un largo etcétera. Debo decir que en ese preciso instante, yo necesitaba una pausa emocional y física, una que me ayudará a mirarme desde otra perspectiva.  Así que mandé a callar las voces en mi cabeza y me puse a preparar mi viaje, sin culpa y sin miedo.

Este post no es sobre la herramienta que aprendí a utilizar, ni sobre mi viaje a Israel, aunque es un lugar maravilloso,  este es un post para compartir mi viaje personal. 



La vida esta llena de obstáculos, de cambios cada vez más rápidos, la inmediatez nos ciega parcialmente, pasamos nuestros días saltando de una misión a otra ahogados en un mar de tareas, de información, de problemas propios y ajenos. 

Esta oportunidad, la de parar fue invaluable para mí, conocí gente maravillosa de muchos lugares, 16 países en una habitación,  y descubrí que no somos tan distintos. Me ví reflejada en sus aspiraciones, me involucré en sus dificultades, compartí sus preocupaciones, recibí sus opiniones, me alegré por sus logros  y sentí que cuando escuchamos activamente podemos crear lazos genuinos, podemos aprender de los incontables puntos de vista que los otros nos ofrecen.

Fue como mirarme en un espejo y reconocerme en los rasgos de otro. 

Que importante es parar, conscientemente, mirarte en el espejo y a  los ojos,  con cuidado, cada día, dedicarte un tiempo cortito para estar presente realmente, con todos los sentidos, para explorar tu realidad y expandir tu  percepción de las cosas, de esa conciencia es de donde vienen los sueños y de esa expansión, de donde obtenemos las herramientas para  alcanzarlos.  Cuando no entendemos algo o a alguien es probablemente porque nuestra perspectiva es demasiado limitada. A medida que escuchamos, miramos y exploramos, nos abrimos a nuevas posibilidades y podemos avanzar en el camino escogido.


Mi viaje fue un regalo, mis días junto al mar de Galilea me trajeron nuevos y personales aprendizajes, entrañables amigos y fantásticos momentos que atesoraré por siempre. No es necesario ir a ver si llueve en Tel Aviv como decía la canción, para regalarte una pausa, para mirar en lo profundo de tí mismo y de los demás. Hace falta eso sí un corazón dispuesto y una mente abierta, inténtenlo! Les sorprenderá lo que obtienen a cambio.

Hasta el próximo post!

sábado, 16 de junio de 2018

Cuando necesitas parar

Hace unas semanas que pasó el día de la madre. Las redes sociales, mi buzón de correo, mi Whatsapp y mi teléfono estaban llenos de mensajes de felicitación. Parece ser que ese día nos recuerda a las mujeres que tenemos hijos que somos superhéroes con faldas y tacones. 

Cumplimos a cabalidad con todos nuestros roles con una sonrisa dibujada en la cara o al menos eso es lo que el mundo espera de nosotras, que amemos sin límites, que empeñemos todo en pro de este proyecto de vida.

He tenido la suerte de trabajar, enseñar, compartir, y conocer a muchas mujeres  de diferentes países, culturas, edades , ideologías, religiones e idiomas a lo largo de mi vida. Lo he hecho en distintos contextos: profesional, académico, social, familiar.  Creo tener una visión algo amplia de nuestras luchas diarias y de lo  que significa ser mamá en el siglo 21, en realidad no importa mucho el continente los desafíos son los mismos, unos más duros que otros pero a la final desafíos. 
Hemos de criar hijos que sean académicamente competentes, que hagan deporte, hablen más de un idioma, que tengan conciencia social y ecológica, que puedan expresarse a través del arte y así  un largo etcétera, porque  hay que estar a la altura de lo este mundo agitado exige hoy por hoy.

Pero las exigencias no vienen solas, nos afectan a un nivel muy profundo, las mujeres  que trabajan sienten culpa, pura y dura, porque sienten que su papel de madres se ve coartado por un horario de oficina, por los viajes del trabajo, por las exigencias de un mundo corporativo, competitivo e impersonal. Las veo sufrir por lo que se pierden en la vida de los chicos y  por que la sociedad esta lista para apuntar con el dedo y juzgar sin medida ni clemencia.
Las que se dedican exclusivamente a su hogar sufren por la pérdida de su espacio , por la falta de realización personal, porque sienten que los años pasan y ellas se estancan en su rol de madres mientras el mundo sigue girando vertiginosamente.  

Conozco a muchas mujeres, excelentes madres y mejores seres humanos, pero aún no conozco ninguna que sea héroe de todas las batallas, todas hemos llorado alguna o algunas veces llenas de frustración, de culpa o de miedo, todas hemos gritado presas de la impaciencia, todas hemos tomado alguna decisión que más tarde hemos lamentado. No somos héroes con falda y tacones, somos seres humanos con debilidades y falencias y nuestra condición de madres no nos hace perfectas, pero si nos hace querer ser mejores. 

Este post es sobre parar cuando hace falta, sobre buscarte a ti misma y encontrar ese punto que te ofrece perspectiva,  fuera de tu oficina, de tu casa, del teclado de tu computador, sin culpa y sin miedo. Sobre hacer algo que te haga mejor, que te llene de satisfacción.

Escribo este post mientras viajo en un vagón de tren rumbo a Frankfurt, mi destino final Tel Aviv. Mañana viajaré rumbo a Ramot junto al mar de Galilea! Voy a hacer algo que amo profundamente y lo voy a hacer sola, sin culpa y sin miedo, porque en el equilibrio esta la clave para avanzar en la vida y porque quiero ser mejor.



Mis hombres se quedarán una semana sin mami. Sus lagrimitas esta mañana me anudaron el estómago, pero sé que van a estar bien y que yo volveré siendo, aunque no perfecta, una mejor mami!

Hasta el próximo post!



domingo, 13 de mayo de 2018

Ser mamá lejos de casa



Hace doce años que ostento el título de mamá. De todo aquello que he hecho a lo largo de mi vida, esto ha sido lo que mas me ha costado y sin rastro de duda lo que mas satisfacciones me ha traído. 


Debo confesar que la maternidad no era algo con lo que soñaba de chica, la dejé un poco para después. Pero cuando esa campana sonó en mi cabeza, lo hizo tan fuerte, que movió mi mundo y lo puso patas arriba.

A mí , los hijos no me llegaron tan fácil, los peleé, los busqué, los perdí y finalmente los encontré como quien encuentra un tesoro que sabe suyo pero no sabe muy bien donde está. 
En el proceso de convertirme en mamá, aprendí, renuncié, crecí, me frustré, deje ir y también deje llegar.  Hice espacio para que ellos me encontraran y se acomodaran en mi vida. Creó firmemente que los hijos te escogen y que llegan cuando estás listo. 

Yo no tuve a mis hijos lejos de casa, los esperé y los recibí arropada por el amor de las mujeres valiosas que me rodeaban. Mi madre, la madre de mi esposo, mis amigas, mis mujeres, me ayudaron a acunarlos, a arrullarlos, a protegerlos. Me prestaron sus brazos, sus palabras, su experiencia y me enseñaron poco a poco a ser mamá.

Hace casi seis años que no vivo en Ecuador. Cuando me fui, de repente mi tribu se volvió pequeñita.

Dicen que uno de los duelos más importantes de una madre cuando no está en su país es la ausencia del modelo familiar, ese que obtienes de observar día a día a tu madre, a tus tías, abuelas y  amigas. Es esa a ausencia la que a veces se convierte en vacío, en soledad.

Ser mamá lejos de casa significa tener brazos más largos de lo normal, tener oídos que lo escuchan todo, es saber que ellos necesitan  contar contigo de una manera muy especial, que no hay más ni mejores besos que los tuyos. Ser mamá lejos de la red de soporte que brinda la familia supone un gran esfuerzo y entrega. Es estar de guardia 24 horas al día y 365 días al año literalmente, es aprender todo de nuevo y  en otros idiomas, es jugar juegos que no conoces y a veces no entiendes,  es expandir tu mente al punto que parece de goma. Es además sentirte profunda y silenciosamente orgullosa de tu trabajo, ese que haces sola aunque a veces cueste más.

Ser mamá supone entender a la tuya propia, valorar lo que hizo y sigue haciendo a pesar de la distancia y el tiempo, supone comprender lo que es el amor sin condiciones. Cuando estas lejos, cuando necesitas el consejo, la sopa caliente, el beso en la rodilla lastimada como cuando eras pequeñita y mamá no está, entonces valoras lo que tienes en toda su dimensión y también entiendes lo que significas como mamá.



Las mamás nos alimentamos de sonrisas, de logros, de abrazos, de besos melosos e interminables preguntas. Crecemos con ellos, mejoramos por ellos, somos gracias a ellos.  Feliz día queridas madres, nos une un vínculo indestructible: el amor. Que el amor sea y este siempre con todas.
Hasta el próximo post! 






sábado, 28 de abril de 2018

La mano amiga del extraño

Era un día perfecto, el sol brillaba y una suave brisa mecía las flamantes hojas de los árboles de mi jardín. Las flores de los árboles de cerezo caían como copos de nieve sobre el césped formando una alfombra rosa.


Todo invitaba a saltar de la cama y salir de la casa lo antes posible. Después de un pequeño episodio de alergia el día anterior,  mis dos torbellinos se despertaron felices y determinados a disfrutar de este maravilloso día de primavera.

Decidimos ir en las bicicletas al centro de la ciudad, fue un paseo de unos 10 kilómetros, paramos a desayunar en una terraza, curioseamos en algunas tiendas y luego pedaleamos hacia un parque que en otros tiempos era el coto de caza de los duques de estas tierras. Estanques con cisnes, flores por todas partes y el reflejo del sol sobre el río, realmente estábamos disfrutando el paseo, del tiempo juntos y del viento en la cara. Hablábamos animadamente del helado tamaño remordimiento que nos íbamos a comer cuando pasáramos el siguiente puente.

Todo era perfecto, hasta que dejo de serlo. No llegamos al puente, un sonido ronco en mi bibibleta me aviso que algo pasaría. Una rama se enredó  y rompió la cadena, en ese momento no entendí que fue lo que pasó, pero en una fracción de segundo aterricé aparatosamente sobre mi rodilla izquierda. Mi primera reacción, típica de mujer, fue pararme, sacudirme y decir: “tranquilos, no pasó nada”. Fue ahí cuando vi las caras de mis hijos asustados y escuché sus voces preocupadas, ¿mami, estás bien? -Se rompió tu cadena- ¿Te duele mucho? ¿A quién llamamos? Sus ojitos se veían llorosos y angustiados. Todavía llena de adrenalina, en realidad no sentía dolor, mas bien les decía que no había razón para angustiarse tanto.

En eso, una pareja joven se acercó para ayudar, decían que hay que llamar a la ambulancia...¿Cómo? Fue entonces cuando me fijé en mi rodilla, mi pantalón roto no era buena señal,  la rodilla tenía un corte profundo y bastante grande que mereció cinco puntos de sutura. Caerse sobre las piedras no es una buena idea.

El tema es que estábamos solos, mi esposo de viaje por dos semanas estaba al otro lado del globo. ¿A quien llamar? .¿Que hacer en el medio de un parque inmenso a 10 Km de casa,  con la rodilla lastimada, dos niños y tres bicicletas?. Aquí no hay familia, aquí no están los amigos de toda la vida.

Este post lo escribo desde la gratitud, es un homenaje a los extraños que sin conocerte tienden la mano y te ofrecen ayuda. La pareja de jóvenes que paró, me ayudo a caminar, empujó las bicicletas, llamó a la ambulancia, acompañó a los chicos y no paraba de repetirme: No te preocupes, te tenemos, se convirtieron por unos minutos, en los amigos que están lejos. Mis amigas, pocas pero buenas, me ayudaron a recoger las bicicletas, me encontraron en el hospital y me llevaron a casa y se convirtieron en la familia que no está.  Mis hijos aún pequeños se convirtieron en protectores, saltaron a la ambulancia sin pensarlo dos veces y me sostuvieron la mano. Son estos gestos ofrecidos sinceramente los que hacen de este mundo un lugar mejor.

Hay que levantarse después de caerse y continuar moviéndose para conservar el equilibrio, los caminos a veces traen piedras y muchas otras te ofrecen amigos, después de todo la vida no es tan distinta a un paseo en bici.


Estoy segura de que la herida sanará y solo quedará la cicatriz, espero que no muy grande, pero lo que pasó esa mañana me marcó mas allá de la rodilla.  Estas muestras de apoyo inesperado son increíblemente poderosas, nos devuelven la fé, nos ayudan a saber que no estamos solos. 
Hay personas buenas en el mundo y cuando no las encuentras debes tratar de ser una de ellas. Las muestras de apoyo y amabilidad no tienen desperdicio y aunque son gratis, son invaluables. Seguramente, harán la diferencia en la vida de alguien y serán mi inspiración para algún día, cuando me toque, poder ser la mano amiga de un extraño.

Hasta el próximo post!


miércoles, 11 de abril de 2018

I´m free!

Hace unos días que regresamos de nuestras vacaciones de Pascua. Nuestra ciudad nos ha recibido con un clima espectacular, propio más de la temporada estival que de la primavera. Este año elegimos visitar Berlín, la capital alemana es una ciudad increíble, de esas que te atrapan desde el primer momento.



Si vives en Alemania, a menudo escucharás que Berlín no es realmente Alemania, y cuando la ves, entiendes por qué. Sin embargo yo difiero, si algún lugar retrata la historia de Alemania, sus luchas, sus errores y su afán de reivindicación, ese lugar es Berlín.  Si has leído alguno de mis relatos, sabrás que los viajes para mí no son acerca de cambiar de posición geográfica, a mí me gustan los lugares que me dejan ver nuevas perspectivas, que me enseñan y me ayudan a entender la realidad de formas distintas y Berlín es ese lugar sin rastro de duda.



Prácticamente destruida durante la Segunda Guerra Mundial y después partida en dos, por un muro que le ha dejado una cicatriz permanente, la ciudad tiene un trazado bastante particular, mientras caminas por ella no paras de preguntarte en que Berlín estas y quienes son todas estas personas, que hablando en distintos idiomas caminan por sus calles. Berlín es lo que los alemanes denominan multi-kulti, un mosaico de razas y lenguas que le dan un carácter único.
Berlín tiene una herida abierta y permanece abierta un poco a propósito, la ciudad es un monumento vivo que te recuerda permanentemente y a cada paso lo que la intolerancia provoca en el mundo. Conviene no olvidar o te verás repitiendo los mismos errores una y otra vez.

Caminar por las calles de esta ciudad es como ir por un museo al aire libre, pero en este museo lo que ves, lo que lees y lo que aprendes te conmueve de una forma muy profunda; se trata del sufrimiento real, del de la gente de a pie, del de la gente como tú o como yo. Berlín es una ciudad en constante movimiento, una ciudad, destruida, bombardeada, dividida y reunificada, con construcción a cada paso, con una sorpresa en cada esquina: Un pedazo del muro, un artista callejero, una exposición de fotos. Es una ciudad con espíritu, con uno muy fuerte, uno que se ha formado a golpes.


Mientras caminábamos c
erca del Check Point Charlie, el cruce más conocido entre las dos Alemanias, encontramos una exposición temporal del artista Yadegar Asisi, se llama “The Wall”, Die Mauer en alemán. Es difícil imaginar que hace menos de 30 años en ese mismo lugar estaba el muro. Se trata de una toma en 360 grados proyectada a gran escala, 60 metros de largo por 15 de alto, que revive la época de la división y ofrece una escena cotidiana en el Berlín de los años 80.


En la escena se puede ver la vida dividida de Berlín, la franja de la muerte de varios metros de ancho y las vallas fronterizas rodeadas de arena que separaban el este del oeste. A medida que la pantalla se va iluminando parecería que esta cobra vida, se ve a los niños jugando, un par de turistas tomando fotos, los agentes de la policía secreta apostados en sus puestos de vigilancia. También se escuchan los ruidos normales de la ciudad y en el fondo, citas originales de los discursos de políticos de ambos lados, como aquel famoso: “Ich bin ein Berliner”,- Yo soy un berlinés-, pronunciado por Jhon F. Kennedy en Junio de 1963. La experiencia literalmente te envuelve.

Una muestra fotográfica recoge imágenes capturadas por los testigos de la vida a la sombra del muro, fotos de padres, madres, hijos y hermanos llenan las paredes con historias sobre huidas exitosas, extorsiones, familias separadas y vidas quebradas por una pared que se fue perfeccionando año tras año hasta volverse impenetrable.


Al final de la exposición eres libre de escribir en las paredes o el suelo, como si de un grafiti se tratara.
Me sorprendió ver a mi hijo menor acostado cuan largo es, escribiendo con esfuerzo con un marcador casi seco. Cuando me acerqué para ver lo que había escrito, leí: “I´m free!”.

Ese día lloré y también agradecí.


Gracias Berlín! Hasta el próximo Post!

martes, 30 de enero de 2018

En los zapatos del otro

Hace más años de los que me gustaría admitir, viví en Madrid. Recuerdo ese primer invierno europeo claramente. 

La calefacción, a gas, no estaba centralizada en el edificio en el que vivía y mi compañera de apartamento y yo, nos turnábamos para encenderla cada mañana. Saltar fuera de la cama era un ejercicio de puro coraje .  A pesar de que no había nieve, ni estaba tan oscuro, ese invierno, fue mi primer contacto con el frío de verdad. Me resultaba extraño levantarme en la completa oscuridad y volver a casa cuando el sol se había ocultado.  Tenía las luces encendidas a pesar de que no eran ni las cinco de la tarde y más de una vez perdí la noción del tiempo y me quedé en la cama más de lo que debía o me tendí muerta del sueño cuando todos los demás querían salir a cenar.

Yo, como buena ecuatoriana, consideraba al sol como algo normal y cotidiano. Mi país esta en el centro del planeta y goza de 12 horas de luz todo el año. A pesar de que mi Quito, es un poco frío a veces, generalmente y como dice la canción, tiene un sol grade y las noches estrelladas.

Durante ese tiempo en Madrid, solía caminar de vez en cuando en el parque del Retiro. Una mañana de abril cuando la primavera empezaba a mostrar sus colores, me encontré a un grupo de risueños alemanes  tomando el sol. Aunque lleno de luz, ese día para mí ¡estaba helado!, sin embargo, ellos corrían felices en pantalones cortos y camisetas sin mangas.  A medida que caminaba veía más y más de estos personajes tendidos cuan largos eran leyendo e incluso haciendo topless. Yo no salía de mi asombro, una especie de éxtasis invadía a estas personas, lo podías ver en sus rostros. Mientras, yo, procuraba abrigarme los huesos con todas las capas posibles. En ese punto de mi vida y producto de mi ignorancia, pensaba que estos rubios y pálidos seres humanos estaban un poco locos y que hubiera sido mejor que se taparan un poco.
Ahora que vivo en tierras germánicas, vivo en carne propia lo que es extrañar a mi viejo amigo el Sol. Este invierno ha llovido casi todos los días, una capa gris de densos nubarrones cubre permanentemente la ciudad en la que vivo. La oscuridad no me deja disfrutar de los cálidos rayos del astro rey. La verdad es que en blanco y negro todo se ve un poco más triste, más lúgubre, más apagado. La falta de vitamina D afecta el ánimo de la gente y poco a poco empiezas a sentir una urgencia de recibir aunque sea un poquito de sol.
Finalmente hoy, después de varios meses ¡salió el sol!, y la vida volvió al Technicolor, el cielo de un azul intenso invitaba a salir de casa, a caminar, a reír y les prometo que, si hubiera tenido unos graditos más afuera, me hubiese deshecho de abrigos, guantes, gorro, leotardos y un largo etc., y hubiera corrido al parque en pantalones cortos y camiseta sin mangas, y no, no soy rubia ni pálida y tampoco estoy medio loca, aunque de eso, hay opiniones.

Dicen que la ignorancia es atrevida y que es imposible saber ciertas cosas a no ser que las hayamos vivido en carne propia, todo lo que pensamos sobre una determinada situación, pero que no hemos experimentado, es pura y mera especulación. La cosa es, que no es posible que vivamos todo lo que los otros experimentan, pero sí que podemos tratar de mirar al otro como a un semejante y no como un extraño que produce distancia y miedo, si que podemos tratar de ponernos en sus zapatos.

Esa capacidad, de saber que el otro también siente, teme, lucha, observa y anhela la felicidad como nosotros mismos, se llama empatía y es la que nos conecta, la que nos permite escuchar activamente y dejar los consejos y los juicios de lado, la que nos deja conocer al otro y reconocernos en él.

No es que me este alemanizando,  pero creo que puedo ver a mis anfitriones con otros ojos ahora, entiendo sus conductas, entiendo porque se sacan los zapatos antes de entrar a sus casas,con tanta lluvia hay lodo en todas partes, porque hacen topless en el Retiro, porque aman sus bosques y aprovechan cada minuto de sol para caminar en ellos y muchas otras cosas. Aunque muchas veces no comparto ciertas cosas, debo confesar que cada día me veo un poco más en sus ojos. 

Hasta el próximo post! Desde una soleada Alemania, al menos por hoy!




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