Una explosión de color cubría el famoso Hyde
Park de Londres, los tulipanes cuidadosamente plantados y los cerezos en flor
ofrecían un espectáculo digno de contemplar.
Mientras tratábamos de atravesar el parque en bicicleta, una marea humana, intentaba en todas las direcciones posibles hacer lo mismo, iban a pie, usaban patines, patinetas o bicis. Unos cuantos corrían a toda velocidad, mientras otros caminaban tranquilos ajenos a la vibrante multitud.
Los que habían escogido la bicicleta, como
nosotros, también eran diferentes e iban a distinto paso. Había aquellos que
vestidos de ciclistas, aprovechaban la hora pico para hacer ejercicio, estaban
los hípsters con sus maletas de cuero y sus carísimas bicicletas vintage y
otros que podías adivinar, volvían a casa después de un día de trabajo. También estábamos esos a los que se nos notaba que veíamos el paisaje por primera vez, los que queríamos detenernos
para ver, oler y registrar esto que era completamente nuevo.
Pero no, no somos los únicos viajeros y no todos
los viajes son acerca de aviones, trenes y conocer nuevos países. Hay algunos
viajes, probablemente los más importantes, los más cansados, los que te marcan,
que son acerca de mover tu mente de un punto hacia otro, de cambiar la forma en
la que percibes la realidad y entiendes la vida.
Al igual que la multitud del parque, somos
nosotros los que escogemos la velocidad a la que vamos en ese viaje y la forma
como lo hacemos, podemos ir a toda marcha o podemos parar para contemplar los
puntos en el camino.
Mientras veía a esta pintoresca marea humana
esa tarde, no podía dejar de imaginarme que cada uno tenía su propia vida, su
única historia, la madre que volvía con el bebé después de la guardería, el
chico joven que entrenaba para alguna carrera, los oficinistas con terno,
corbata y zapatos de deporte… Millones de historias atravesaban ese parque,
muchas ajenas a la mía, excepto por el hecho de que todos éramos viajeros.
Seguramente, no todos teníamos el mismo destino, no todos íbamos a la
misma velocidad ni llevabamos la misma carga, no usábamos los mismos métodos para movernos, pero definitivamente todos éramos
viajeros, transeúntes, peregrinos… y ese certeza de saber que todos
atravesamos el parque, como ataravesamos la vida, en sentido figurado, de alguna manera me
hizo sentir menos distinta, menos ajena.
Me mire a mí misma sobre esa bici, iba rodeada
de los que más amo, ellos son mis compañeros de viaje, son los ojos que me
ayudan a ver cosas que no percibo, a mirar, pero desde otro ángulo. A pesar de
que los viajes son fundamentalmente personales, los internos digo yo, tener un
compañero siempre lo hace siempre más rico, más divertido.
Doce kilómetros mas tarde, después de sortear
varios obstáculos, de parar varias veces para mirar y para comentar lo que
veíamos, llegamos al punto donde teníamos que devolver las bicicletas, ¿es una
buena analogía no? Algún día tendremos que devolver la bicicleta, habrá que inevitablemente
terminar el viaje.
Quisiera pensar que aún nos queda mucho tiempo en esta travesía, pero guardo la esperanza de que ese día nos encuentre con los ojos llenos de fabulosos paisajes, con la mente más amplia, que lleguemos menos ajenos y fundamentalmente rodeados los que nos acompañaron en el periplo.
Quisiera pensar que aún nos queda mucho tiempo en esta travesía, pero guardo la esperanza de que ese día nos encuentre con los ojos llenos de fabulosos paisajes, con la mente más amplia, que lleguemos menos ajenos y fundamentalmente rodeados los que nos acompañaron en el periplo.
¡Hasta el próximo post!