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martes, 30 de enero de 2018

En los zapatos del otro

Hace más años de los que me gustaría admitir, viví en Madrid. Recuerdo ese primer invierno europeo claramente. 

La calefacción, a gas, no estaba centralizada en el edificio en el que vivía y mi compañera de apartamento y yo, nos turnábamos para encenderla cada mañana. Saltar fuera de la cama era un ejercicio de puro coraje .  A pesar de que no había nieve, ni estaba tan oscuro, ese invierno, fue mi primer contacto con el frío de verdad. Me resultaba extraño levantarme en la completa oscuridad y volver a casa cuando el sol se había ocultado.  Tenía las luces encendidas a pesar de que no eran ni las cinco de la tarde y más de una vez perdí la noción del tiempo y me quedé en la cama más de lo que debía o me tendí muerta del sueño cuando todos los demás querían salir a cenar.

Yo, como buena ecuatoriana, consideraba al sol como algo normal y cotidiano. Mi país esta en el centro del planeta y goza de 12 horas de luz todo el año. A pesar de que mi Quito, es un poco frío a veces, generalmente y como dice la canción, tiene un sol grade y las noches estrelladas.

Durante ese tiempo en Madrid, solía caminar de vez en cuando en el parque del Retiro. Una mañana de abril cuando la primavera empezaba a mostrar sus colores, me encontré a un grupo de risueños alemanes  tomando el sol. Aunque lleno de luz, ese día para mí ¡estaba helado!, sin embargo, ellos corrían felices en pantalones cortos y camisetas sin mangas.  A medida que caminaba veía más y más de estos personajes tendidos cuan largos eran leyendo e incluso haciendo topless. Yo no salía de mi asombro, una especie de éxtasis invadía a estas personas, lo podías ver en sus rostros. Mientras, yo, procuraba abrigarme los huesos con todas las capas posibles. En ese punto de mi vida y producto de mi ignorancia, pensaba que estos rubios y pálidos seres humanos estaban un poco locos y que hubiera sido mejor que se taparan un poco.
Ahora que vivo en tierras germánicas, vivo en carne propia lo que es extrañar a mi viejo amigo el Sol. Este invierno ha llovido casi todos los días, una capa gris de densos nubarrones cubre permanentemente la ciudad en la que vivo. La oscuridad no me deja disfrutar de los cálidos rayos del astro rey. La verdad es que en blanco y negro todo se ve un poco más triste, más lúgubre, más apagado. La falta de vitamina D afecta el ánimo de la gente y poco a poco empiezas a sentir una urgencia de recibir aunque sea un poquito de sol.
Finalmente hoy, después de varios meses ¡salió el sol!, y la vida volvió al Technicolor, el cielo de un azul intenso invitaba a salir de casa, a caminar, a reír y les prometo que, si hubiera tenido unos graditos más afuera, me hubiese deshecho de abrigos, guantes, gorro, leotardos y un largo etc., y hubiera corrido al parque en pantalones cortos y camiseta sin mangas, y no, no soy rubia ni pálida y tampoco estoy medio loca, aunque de eso, hay opiniones.

Dicen que la ignorancia es atrevida y que es imposible saber ciertas cosas a no ser que las hayamos vivido en carne propia, todo lo que pensamos sobre una determinada situación, pero que no hemos experimentado, es pura y mera especulación. La cosa es, que no es posible que vivamos todo lo que los otros experimentan, pero sí que podemos tratar de mirar al otro como a un semejante y no como un extraño que produce distancia y miedo, si que podemos tratar de ponernos en sus zapatos.

Esa capacidad, de saber que el otro también siente, teme, lucha, observa y anhela la felicidad como nosotros mismos, se llama empatía y es la que nos conecta, la que nos permite escuchar activamente y dejar los consejos y los juicios de lado, la que nos deja conocer al otro y reconocernos en él.

No es que me este alemanizando,  pero creo que puedo ver a mis anfitriones con otros ojos ahora, entiendo sus conductas, entiendo porque se sacan los zapatos antes de entrar a sus casas,con tanta lluvia hay lodo en todas partes, porque hacen topless en el Retiro, porque aman sus bosques y aprovechan cada minuto de sol para caminar en ellos y muchas otras cosas. Aunque muchas veces no comparto ciertas cosas, debo confesar que cada día me veo un poco más en sus ojos. 

Hasta el próximo post! Desde una soleada Alemania, al menos por hoy!




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