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miércoles, 8 de noviembre de 2017

Cuando la policía toca a tu puerta


Tengo 46 años y mis encuentros con los uniformados han sido pocos, hace muchos años un policía de tránsito me paró por pisar un paso cebra y ese es realmente el único que recuerdo.
Mi imagen de los alemanes con uniforme me lleva a las películas de Hollywood esas, donde realmente no salen muy bien parados y si quieren que les sea honesta  y probablemente como producto de esa imagen, cuando los veo en sus autos azul y gris se me enchina un poco la piel.


Era lunes, yo había regresado a casa tras dejar a los chicos en la escuela y tenía muchas cosas que hacer. Me disponía a comenzar mi semana, cuando vi un auto de policía parquearse justo en frente de mi casa. Algo debe haber pasado cerca de aquí, pensé un poco inquieta. Pocos segundos después, del auto, una furgoneta Mercedes Benz, se bajaron dos policías alemanes perfectamente uniformados. 

Yo, un poco sorprendida por la presencia policial,  observaba desde la ventana del estudio con curiosidad preguntándome a donde irían. Entonces, noté que con paso seguro y sin rastro de duda, ambos se dirigían directamente a ¡mi puerta!

Escuche el timbre sonar con oídos incrédulos, y mientras sonaba,  hice un repaso rápido a todo lo que pude haber hecho mal desde el momento en que pisé suelo alemán. Tal vez irrespete una señal de tránsito, pero bueno, eso merecería una multa y no una visita de la policía ¡Estaré reciclando incorrectamente y la policía del plástico va a darme un escarmiento! no, tampoco era probable, especialmente porque  les juro que sigo el manual al pie de la letra. No somos ruidosos, los vecinos nos quieren, no tenemos mascota… En cinco segundos y antes de abrir la puerta, había barajado todas las opciones y todas apuntaban a lo mismo: ¡Soy inocente!
Se imaginarán mi cara cuando abrí la puerta y el policía empezó a hablar en alemán, Oh no! ¿Como puedo decirle que soy inocente de lo que sea que me quiera acusar sin hablar bien su idioma? ¿Procede levantar las manos en estos casos? ¿Qué hago? El hombre me miraba con mirada severa y al tiempo que hablaba, trataba claramente de mirar más allá de la puerta. A mí por alguna razón el corazón me latía a mil. Entre las muchas cosas que me dijo y no entendí, alcancé a pillar el nombre de mis hijos. ¡Qué! Mis hijos tienen 9 y 11 años. ¿Cómo pudieron meterse en algún problema con la ley? ¡Los acabó de dejar en la escuela! si, es verdad, juntos son el 911, son niños activos, pero de ahí a esto.. ¿qué rayos hace la policía viniendo a mi casa a preguntar por ellos?
El hombre uniformado quería saber dónde estaban. Yo, con mi escaso alemán, respondía que donde más podían estar dos niños en edad escolar, en la escuela, por supuesto. La mayoría de los alemanes hablan un poco de inglés así que hice la pregunta reglamentaría y pregunté si él sería tan amable de cambiar a Goethe por Shakespeare.
Tuve suerte, lo reconozco, el hombre podía explicarse en un inglés suficiente, como para que yo, entendiera que el “Homeschooling” en Alemania es ilegal y que no educar a los chicos es una ofensa muy seria. Y ahí fue cuando pasé por todos los tonos del rojo. ¡Como puede la policía pensar que no educó a mis hijos! Bastante tiempo, dinero y sacrificio nos cuesta mantener a estos niños en un colegio internacional y privado, pagar por lecciones de alemán, música, escalada, etc. ¡Pero que me está diciendo este señor por favor!
Debo confesar, que el hombre cuando miró mi cara y anticipó mi reacción, se echó un poco para atrás, bajó el tono y empezó a explicarme pausadamente el meollo del asunto. Me comentó entonces, que debíamos haber comunicado a la ciudad que los niños no asistirían a la escuela del distrito donde vivimos y que según sus archivos mis hijos no estaban matriculados en ninguna escuela. Este pequeño detalle no lo sabíamos y en ese momento lo entendí todo, la policía venía a comprobar que los chicos estaban bien cuidados y que efectivamente no estaban en casa. Me pareció incluso bien, pero no dejo de pensar que dos personas y una furgoneta eran un poco excesivas para un tema que podía resolverse por correo o por teléfono.
El policía, supongo que, para quedarse más tranquilo, me pidió una prueba de que los niños iban a la escuela, entre los nervios y el mal rato olvidé donde había guardado el contrato, así que, feliz le enseñé las fotos escolares donde los dos aparecen sonrientes con sus compañeros y profesores.
Al final y con las cosas ya claras, hasta se portaron simpáticos,  me preguntaron de donde veníamos, que hacíamos en Alemania y si hablábamos español. Me contaron que les gustaba Mallorca, como a todos los alemanes y sonrientes se fueron diciéndome: ¡Hasta la vista amigo!
Ahora, que lo veo en retrospectiva me muero de risa, no hemos tenido más encuentros con la ley ¡Pero créanme no quieren que la policía llegue a su puerta y menos si es la policía alemana! Aventuras de expatriado.
¡Hasta el próximo post!

lunes, 2 de octubre de 2017

Los dos lados de la moneda


El cambio de las estaciones me pone pensativa, debe ser porque de repente el paisaje no es el mismo o porque el clima te obliga a cambiar de hábitos, lo cierto es que las estaciones te dicen de manera irrefutable que el tiempo pasa inexorablemente y que nada dura para siempre.


Los largos días del verano quedaron atrás y el otoño se ha instalado oficialmente. Los árboles que hace un mes hacían gala de un verde brillante, hoy se visten de fuego. El viento sopla envolviéndolo todo y una marea de hojas secas cubre calles y parques. De repente parece que el mundo está cubierto de calabazas y un intenso olor a canela.


Camino por una calle llena de hojas,  miro mi reflejo en el vidrio de una tienda y pienso que, aunque el paisaje que me rodea por un momento parece ajeno, yo me reconozco perfectamente en la imagen.
Pienso en las dualidades, en como algo puede detonar emociones y pensamientos contrarios, en como todas las monedas tienen dos caras diferentes.

Vivir lejos de casa te enfrenta muchas veces con esas emociones ambivalentes, hay cosas que disfrutas y  te vuelven loca al mismo tiempo, y de esto se trata este post, de los sentimientos encontrados, de las cosas que me gustan y de las que me hacen crecer.

Si tuviera que enumerar o darles importancia a estas cosas diría que sin lugar a dudas la primera y la que más valoro es la libertad. Esto que sientes cuando sabes que nadie te conoce, cuando caminas anónima por las calles y eres capaz de mirar a tu alrededor sin que nadie repare en ti. La libertad sin embargo, viene irremediablemente acompañada de un poco de soledad, no la de no estar acompañada sino la de sentirte y saberte extranjera. No importa cuanto te esfuerces o cuantos amigos hagas,  podrás integrarte exitosamente y trabajar activamente en ello, pero hay que aceptar que nunca entenderás ciertas bromas o compartirás las mismas anécdotas que tus amigos locales.

Otra cosa que me encanta de estar lejos es poder experimentar las cosas por primera vez, ver lugares nuevos, probar comidas desconocidas, hacer las mismas cosas que hacías, pero en formas distintas, conocer personas de culturas diferentes, son todas experiencias maravillosas, pero estando lejos, incluso las cosas más insignificantes se convierten en aventuras, unas más complejas que otras, pero finalmente aventuras.   
Debo reconocer que en esto hay también un poco de frustración, es como una especie de tedio de tener que hacerlo todo otra vez.  Este año, por ejemplo, mi esposo y yo tuvimos que obtener una licencia de conducir en Alemania, después de estudiar un banco de más de1000 preguntas con videos y fórmulas incluidas, hacer un riguroso curso de primeros auxilios y pasar el test práctico con el examinador hablando en alemán, la tenemos en la cartera pero debo decir, que nos reímos mucho, aprendimos mucho, y también nos frustramos mucho.

Hay ciertos días cuando sientes que quieres hablar tu idioma, ir a tus lugares favoritos, oler y saborear tu comida, abrazar a los que amas y conectar con tu gente sin hacer ningún esfuerzo y entonces, te das cuenta que miles de kilómetros y algunas zonas horarias te lo impiden y te invade la nostalgia... puede ser muy mala y anclarte al pasado o puede despertar cosas positivas, puede convertirse en fuente de inspiración, puede ayudarte a valorar lo que tienes y también lo que dejaste atrás. Puede además ser la prueba inequívoca de que fuiste feliz con cierta gente y en un determinado lugar y puede hacerte sentir profundamente agradecida con la vida.

Vivir como expatriado, desde mi experiencia personal, te obliga a estar consciente de lo que pasa a tu alrededor a un nivel diferente, te fuerza a estar presente, aquí y ahora.  Te ofrece unas descargas de adrenalina que vienen de experiencias tan simples como escoger que pan vas a comer en el desayuno cuando hay 50 tipos distintos y entras en pánico porque no puedes pronunciar ninguno. En el un lado de la moneda está el miedo y en la otra la sensación de estar vivo.

Lo cierto es que no hay verdades absolutas, todas las monedas tienen dos caras. Puedes despertarte cada mañana y lanzar la moneda esperado que sea la suerte la que escoja de qué lado va a caer, o puedes conociendo ambos lados, poner la moneda del lado que más te sirva, al fin y al cabo es solo una moneda.

El otoño traerá paisajes preciosos y días más fríos, las dualidades son sin lugar a dudas, parte fundamental de la belleza de la vida.
Hasta el próximo post!

lunes, 31 de julio de 2017

Un año en Alemania

El día de mi cumpleaños, hace exactamente un año, mi familia y yo nos subíamos a un avión con rumbo a Alemania. Después de casi cuatro fabulosos años vivendo en una soleada y amigable Sudáfrica sabíamos lo que dejabamos atrás  y nos imaginábamos lo que venía. 
Recuerdo ese día como si fuese ayer, el nudo en el estómago, los sentimientos encontrados, las lágrimas contenidas y el miedo…si el miedo a lo desconocido.



Ha pasado un año, no lo puedo creer, no sé si por el cambio o porque me voy haciendo más vieja, pero el tiempo vuela. Hoy,  le pondré una vela más a mi pastel que prácticamente ya necesita de los bomberos!


Durante este año, hemos visto las estaciones pasar, hemos aprendido algo sobre la cultura de este país increíblemente eficiente y organizado y si, aunque a veces resulte cuesta arriba, hemos disfrutado nuestro tiempo aquí. No mentiré, porque eso sería quitarle sentido a la experiencia, a veces ha sido muy duro. 

Para mí este año ha sido una montaña rusa, mis emociones a flor de piel no siempre han sido buenas consejeras, pero como en todas  las experiencias nuevas, el primer año de vida es siempre un gran reto y también una gran fuente de aprendizaje.  En este post quiero compartir con ustedes, desde mi experiencia personal, las lecciones que este primer año en tierras germánicas me ha dejado.

Probablemente la peor parte fue el inicio. Ver a tus hijos sufrir te afecta directamente y en carne propia, oir sus fustraciones y sus miedos, aún sabiendo que son parte de la vida misma, te reta de muchas maneras. Sabes que serán mejores y más fuertes, pero definitivamente está en tu instinto de madre el ahorrarles el dolor aunque sepas que este existe y es necesario.

Mi primera  lección y quizá la  más importante, es haber entendido la importancia del duelo, es inevitable, hay que procesarlo, vivirlo y superarlo, con paciencia y tiempo. Tratar de que los niños no sufran o pedirles que no lloren, no solo no ayuda, sino que subestima sus sentimientos y dificulta la adaptación. A veces un buen llanto compartido es como el aguacero que limpia el cielo y da paso a un día de sol.  

Los niños son criaturas increíblemente resilentes, son un ejemplo de como enfrentar la vida y el cambio. Mirar la vida con ojos de niño te equipa de un positivismo único, ellos miran las cosas sin prejuicios, sin pensamientos que los limiten y para mí son y han sido siempre ejemplo de valentía. Dejarles saber que tú también estas triste, compartir las preocupaciones, abordar juntos los problemas y buscar soluciones, hace de ellos seres más empáticos, más humanos.

La segunda lección aprendida tiene que ver con disfrutar el hoy, con la importancia de apreciar lo que la vida te da día tras día.  Sabes que eventualmente las cosas se terminarán, que probablemente no volverás a ver un determinado lugar si no lo haces hoy, que la gente se mudará, el tiempo pasará y  la vida seguirá su cauce sin esperar para que te decidas  a disfrutarla. En mi país , por ejemplo, el clima no es un problema, si  hoy no salgo puedo salir mañana, seguramente el clima permanentemente templado me lo permita. Aquí ese día de sol es tan valioso que desperdiciarlo sería un pecado. Me sorprende ver como en cuanto hay un poco de sol la gente sale corriendo a aprovecharlo.   No sabemos si mañana lloverá, todo lo que tenemos es el hoy.

Cuando llegué aquí, me asombraba mirar las casas de mis vecinos, siempre decoradas de acuerdo a la estación, hermosas coronas con motivos otoñales, huevos de pascua, flores o personajes navideños adornan sus puertas y ventanas. Sabiendo que los alemanes son frugales por regla general, me parecía un poco extraña esta suerte de novelería. Sin embargo, tiene que ver con el disfrute de las pequeñas  cosas, esa es una tercera lección aprendida, no necesitas mucho para alegrarte hoy, talvés solo un duende en la ventana.

Para la mayoría de la gente, las semejanzas,  incluso las más  superficiales, hacen las relaciones interpersonales más fáciles. Tendemos a sentirnos más seguros con lo que nos es familiar. Sin embargo, las diferencias sean sutiles o no, nos invitan a descubrir y  a explorar . Pienso, que la clave para abrazar esas diferencias es hacerlo con respeto y ojos de niño. Lo diiferente no es malo, es una invitación a aprender y hay que abrir la mente y el corazón para verlo.

Ni llueve, ni nieva eternamente, después siempre e invitablemente sale el sol, cuando parece que la oscuridad te cubrirá , llega un día en que poco a poco, esta se retira dando paso a días más claros y tibios. Hay  que disfrutar de esos y pero la lección es que hay que prepararse y planificar para los primeros,  porque esos también volverán. La vida es un ciclo y de eso los alemanes saben mucho.

El balance del primer año es positivo,  han habido tormentas y también días llenos de luz, pero que sería la vida sin esa combinación de claros y oscuros? Seguimos descubriendo, intentando tomar lo mejor de este mundo sin dejar el nuestro atrás. ¡Salud por el primer año en Alemania y Feliz cumpleaños a mí! 

¡Prost! Y hasta el próximo post.




domingo, 2 de julio de 2017

El suave aletear de la mariposa





Los tibios días de verano han traido mariposas a mi jardín, mientras disfruto de unas horas de sol, veo como una, revolotea traviesa alrededor de las rosas, se mueve suavemente, ajena a mi atenta mirada y a mis pensamientos.  

En tanto  la observo, viene a mi memoria un proverbio chino que leí alguna vez  “El aleteo de de las alas de una mariposa puede provocar un tornado al otro lado del mundo”. ¿Cómo algo tan sutil, aparentemente,  puede provocar algo de tan enormes dimensiones?

Al igual que el suave aleteo de la mariposa, un cambio en una persona puede causar un efecto inmenso, no solo en ella, sino en todos los que la rodean sin importar donde estén, a este efecto se le llama El "efecto mariposa", el concepto fue desarrollado por un meteorólogo  y esta relacionado con la explicación de la tería del caos, misma que no voy, ni puedo explicar realmente.  Mucho se ha escrito, investigado  y filmado sobre el tema, pero no es hacia allí donde hoy van mis pensamientos. No puedo dejar de pensar en que todo y todos estamos irremediablemente conectados.

Se han preguntado alguna vez - ¿si pudiera cambiar algo de lo que hice en mi vida, que cambiaría?- ¿En que esquina tomaría una dirección distinta? o ¿Qué hubiese hecho antes o tal vez después? Ese pensamiento que suele asaltarte cuando estas frustrado o insatisfecho,  supone que al cambiar una sola cosa, el resultado cambiará en la dirección esperada, ese pensamineto ignora que ese pequeño cambio, por insignificante que sea podría cambiar por completo nuestro mundo y el de muchas otras personas.

A menudo suponemos que para lograr algo debemos hacer cambios radicales, pensamos que debemos modificar muchas variables, que debemos movernos rápido y violentamente. Sin embargo, la realidad es que,  el cambio supone algo mucho menos drástico. Cada pequeño hecho suma en tu vida y toda pequeña acción repetida constantemente dejará una gran huella, como la gota de agua que surca una roca.
De igual manera, cada suceso pasado, nos llevó, en una perfecta combinación de eventos al lugar donde estamos en este preciso instante.

El efecto mariposa, se trata de las pequeñas acciones que conducen a grandes resultados, se trata también de la certeza de que afectamos al mundo desde nuestros espacios, de que a veces con acciones aparentemente insignificantes cambiamos un poco o mucho nuestra realidad y la realidad de los que nos rodean. Esa llamada que no hacemos, esa sonrisa que brindamos, esa tarea que dejamos para más tarde... eso que parece irrelevante desencadena en el largo plazo un efecto importante.

Suelo decirles a mis hijos que no estamos solos, que parte de la felicidad es sabernos más que uno, sabernos parte de un ecosistema donde nuestros aleteos aunque suaves pueden crear ondas expansivas y hacer grandes diferencias. También les digo que nada se construye de un día para otro, que los cambios suponen pequeños esfuerzos diarios. Sin prisa pero sin pausa se llega lejos. Son los pequeños hábitos buenos o malos los que terminan forjando destinos.

El sol se está poniendo y la mariposa se ha mudado al jardín del vecino, pero con el delicado batir de sus alas me ha dejado pensar un rato y me ha dado la oportunidad de compartir lo que pasa por mi cabeza con ustedes, aunque muchos estén al otro lado del mundo.

¡Hasta el próximo post!

jueves, 8 de junio de 2017

Con el corazón a ambos lados del Océano

El teléfono suena, pero no a la hora habitual, es mi mamá... el corazón me salta fuera del pecho, algo no está bien, de lo contrario no estaría sonando. Si vienes de un país como el mío donde los terremotos, las erupciones volcánicas o las crisis políticas son parte del día a día, la llamada puede tener muchas razones... siento miedo. 

Una extraña sensación de desasosiego se apodera de mí antes de contestar. Es un instante pequeñísimo de pánico, el miedo a saber algo  pero no poder actuar en consecuencia, eso es  lo que me oprime el corazón por una fracción de segundo. La voz de mi mamá al otro lado de la línea suena preocupada, pero trata a la vez de no alarmarme.
No, no fueron buenas noticias.
No, no puedo estar ahí cuando más me necesitan, y esa sensación me llena de culpa, de pena.

Cuando decides dejar tu país, empacas todo lo que necesitas en la maleta, pero inevitablemente en ella se cuelan cosas que a veces no nos gustan, ni nos sirven tanto, la peor es el miedo. El miedo a lo que te enfrentarás en el país de acogida, el miedo a lo desconocido: Un nuevo idioma, otras costumbres, otra forma de ver y enfrentar la vida.  Ese miedo que es natural, esta acompañado de otro que en mi caso, incluso pesa más, el miedo a perder aquello que conoces y amas, a perder aquello que te define, aquello que te dio la forma que hoy tienes.

Si eres un expatriado sabrás que ese referente de identidad es como un ancla a la que te aferras cuando las cosas nuevas te sobrepasan, tu familia, tus amigos de toda la vida, tus sabores, las cosas que solo tú entiendes cuando las lees o las escuchas, esas cosas que te hacen ser tú y que por supuesto temes perder. Esa sensación de pertenecer a algo es lo que te ayuda a navegar por aguas desconocidas.

¿Cómo vivir entre dos mundos? es una pregunta que nos hacemos a menudo, hay quien rompe con el país de origen y se siente obligado a encajar en el de acogida, y hay también aquellos que no lo dejan ir, se aferran  a su tierra y no pueden adaptarse a la nueva situación.  Es difícil conciliar aunque conciliar este de moda.  

Vivir en otro país o en otros países, es una oportunidad única en la vida pero es intimidante y atemorizante en igual medida.  Redefine por completo el significado de tu círculo intimo, el significado de hogar. Dicen y dicen bien  que el hogar es donde está tu corazón, yo tengo el mío a ambos lados del Océano, mi hogar no es físico, no es un lugar determinado, mi hogar son las personas a las que amo, las relaciones que mantengo con ellas, sin importar si nos separan horas de avión o barreras de lenguaje.

Cuando te mudas de cada lugar, te mudas con todos los que amas en el pecho. Vas dejando pedacitos de tu corazón en varias partes, hasta que sientes que lo tienes repartido, en distintos continentes y zonas horarias. Cuando te mudas aceptas que nunca más serás la misma persona, ni volverás a definir la palabra hogar en la misma forma. 

Una parte de mi corazón esta en mi país siempre, con los míos y aunque físicamente no estoy , ese pedazo que deje ahí cuando me fui, late al unísono con ellos. Mi amor cruza el océano, mis oraciones cubren ambos mundos. El alma no tiene fronteras y puede estar a ambos lados del Océano.

Hasta el próximo post!










miércoles, 31 de mayo de 2017

Un silencio que estorba


En el andén nímero ocho un grupo de madres y padres
alemanes......

Un silencio inusual habita en mi casa, algo falta. Hoy nadie interrumpe las conversaciones, nadie grita, ni ríe a todo pulmón…El delicado ecosistema de mi hogar está afectado.



Son las nueve de la noche y aprovecho la luz del verano para escribir este post a modo de terapia. Hoy me he escuchado diciendo “Dios, que todo vaya bien”,varias veces y en voz alta, a lo largo de todo el día. Está mañana, mi hijo pequeño tomó un tren rumbo a su primer encuentro con la independencia, tiene apenas 8 años y pasará fuera del nido tres largos días, seguro que a él se le pasarán volando, pero la relatividad del tiempo nunca ha estado más clara… para mi serán eternos.

Mi lado más racional me recuerda que uno debe criar a los hijos para que algún día se vayan, para que sobrevivan sin nosotros, para que vuelen con alas propias y busquen sus propios caminos, pero ese lado racional está peleado con la mamá latina que habita en mi cuerpo, esa que se ha pasado molestando al Creador todo el día.

Esta mañana, fuimos todos a la estación a despedir a nuestro peque. Los niños revoleteaban felices mientras discutían lo que iban a hacer durante el viaje, se mostraban unos a otros emocionados sus equipajes, tomaban fotos y esperaban ansiosos la oportunidad de pasar más tiempo juntos y asumir este nuevo papel de niños grandes. En el andén número ocho,  un puñado de madres y padres alemanes esperaban tranquilos, yo diría que hasta inexpresivos, a que los pequeños abordaran el tren.

Si pudieran ver la escena de lejos, aún sin conocerme, podrían haber adivinado fácilmente quién era yo. Sí, yo era la madre que casi se sube inconscientemente al tren, la que bloqueaba la entrada para dar el último beso, la que bendijo mentalmente a todos sus pasajeros y la que lo siguió con la mirada hasta que fue incapaz de divisarlo.

Uno de los principales valores de la educación alemana es el de formar seres humanos independientes, por lo tanto, el sistema gira alrededor de ese eje que ellos consideran fundamental. Los niños se enfrentan solos y pronto a muchas experiencias, van solos a la escuela, toman trasporte público etc. Y todo eso suena maravilloso hasta que te toca enfrentarlo. Hay que haberlo vivido para reproducir el patrón y a mi no me criaron en Alemania.😉 
Creo firmemente que es maravilloso, pero de la teoría a la práctica me queda un trecho.

Mi hijo es un niño seguro y cuidadoso, sé que va a estar bien, pero ¿Cómo enfrentar la separación por corta que sea? ¿Cómo manejar tus emociones para que él no las perciba? ¿Cómo le dices que se vaya, que sea feliz y que disfrute, cuando lo que en realidad quieres es acurrucarlo bajo tus alas, protegerlo de todo y de todos y no dejarlo más?

Alguna vez leí que los mejores regalos que puedes darle a tus hijos son las raíces de la responsabilidad y las alas de la independencia, así que, a pesar de mis propias dudas y de mis propios miedos, le repetí constantemente que todo estaría bien, que vaya y se divierta, que aprenda todo lo que pueda, que aproveche cada minuto y que todo en casa le esperaría intacto a su regreso.

Debemos aprender a soltar, es un acto de crecimiento personal. Dejar ir es un acto de amor y valentía, es una prueba de fe. Es la demostración de que tu amor por el otro es más grande que el que sientes por ti mismo. Hoy pensé mucho en mi mamá y en las veces que me ha dejado ir, sin reproches, sin miedos, solo con una bendición en los labios.

Cuento las horas para recibir al pequeño bullicioso, es extraño poder terminar las frases sin que él te dé su punto de vista antes de que puedas completarlas. Hoy no hay tantas risas, ni pequeñas discusiones, no hay el bullicio habitual de los hermanos jugando.

Mi hijo mayor se me acercó un poco triste y me dijo: -Mami, esperaba un poco de paz, pero lo que tenemos hoy es un silencio que estorba!



¡Hasta el próximo post!


miércoles, 17 de mayo de 2017

El viento detrás de tus alas


 

Mi padre murió hace cinco años.
Esa noche de mayo, fue una carrera contra el tiempo, traté de llegar para besar su frente, para decirle que lo amaba profundamente, para decirle gracias, pero no pude… Llegué tarde.

Regresaba a Quito en un vuelo que se retrasó y cuando llegué era tarde, él ya no estaba. La idea me persiguió por muchos meses, entonces todavía no entendía que hay ciertos hombres que no se van jamás.

Ese día, sentí que el viento dejó de soplar, que el mundo dejó de girar y que toda la luz de repente se apagó con él. Un dolor profundísimo me atravesó el alma, era ese dolor que te producen las cosas que sabes que no puedes cambiar, ese dolor que causan las heridas sin remedio.

Mi papá era un hombre particular, no el común de los mortales diría yo. Era dueño de un intelecto privilegiado y de una memoria increíble, antes que Google existiese, existía mi papá. Cuando yo era pequeña, él solía venir a conversar conmigo por la noche, me hablaba de cosas increíbles, de política, de economía, del libro que estaba leyendo. Nunca cambio su forma de expresarse para hablar conmigo, a veces las palabras se me quedaban, resonando en la cabeza y al día siguiente las buscaba en el diccionario. Amaba esas conversaciones, amaba las palabras grandes, amaba que me hablara como si yo fuera capaz de entenderle.
Mi papá no era el típico padre que te leía un cuento antes de dormir o que te enseñaba rondas infantiles, creo firmemente que no se sabía ni una, eso sí a mis tiernos años yo podía gritar a voz en cuello las barras de la Liga y me sabía de memoria la canción del gato viudo.  Mi viejo no creía en princesas ni príncipes, no era un gran aficionado de los cuentos de hadas como material de lectura. En cambio, le gustaba que leyera las fabulas de Esopo, me introdujo a la mitología griega y me regaló mi primer ejemplar de El Principito.

Creo que no hay nada más poderoso que la confianza, aquella que tienes en ti mismo, pero también aquella que te ofrecen los que te aman, él me convenció a fuerza de repetírmelo todos los días de que si yo me proponía algo sería capaz de hacerlo, que lo único cierto que tienes en esta vida es la capacidad de decir “Yo puedo”, me hizo creer que volar era posible.
Esa noche cuando sentí que el viento dejó de soplar, la sensación fue casi física, el silencio era insoportable, la ausencia eterna.


Pero como todos los hombres buenos, él no se ausentó en realidad, solo cambió de forma… se convirtió literalmente en la brisa que sopla libre. Sus palabras vienen a menudo a mi cabeza, las escucho como el suave ulular del viento entre los árboles.
El viento sopla en todas partes, se muda conmigo, su fuerza me empuja, me envuelve y sopla permanentemente detrás de mis alas.

Gracias Jorgito por haber sido mi padre.

miércoles, 26 de abril de 2017

No somos los únicos viajeros


Una explosión de color cubría el famoso Hyde Park de Londres, los tulipanes cuidadosamente plantados y los cerezos en flor ofrecían un espectáculo digno de contemplar.

Mientras tratábamos de atravesar el parque en bicicleta, una marea humana, intentaba en todas las direcciones posibles hacer lo mismo, iban a pie, usaban patines, patinetas o bicis. Unos cuantos corrían a toda velocidad, mientras otros caminaban tranquilos ajenos a la vibrante multitud.

Los que habían escogido la bicicleta, como nosotros, también eran diferentes e iban a distinto paso. Había aquellos que vestidos de ciclistas, aprovechaban la hora pico para hacer ejercicio, estaban los hípsters con sus maletas de cuero y sus carísimas bicicletas vintage y otros que podías adivinar, volvían a casa después de un día de trabajo. También estábamos esos a  los que se nos notaba que veíamos el paisaje por primera vez, los que queríamos detenernos para ver, oler y registrar esto que era completamente nuevo.

Ojalá fuésemos los únicos viajeros pensé, es imposible parar en esta ciudad.

Pero no, no somos los únicos viajeros y no todos los viajes son acerca de aviones, trenes y conocer nuevos países. Hay algunos viajes, probablemente los más importantes, los más cansados, los que te marcan, que son acerca de mover tu mente de un punto hacia otro, de cambiar la forma en la que percibes la realidad y entiendes la vida.

Al igual que la multitud del parque, somos nosotros los que escogemos la velocidad a la que vamos en ese viaje y la forma como lo hacemos, podemos ir a toda marcha o podemos parar para contemplar los puntos en el camino.
Mientras veía a esta pintoresca marea humana esa tarde, no podía dejar de imaginarme que cada uno tenía su propia vida, su única historia, la madre que volvía con el bebé después de la guardería, el chico joven que entrenaba para alguna carrera, los oficinistas con terno, corbata y zapatos de deporte… Millones de historias atravesaban ese parque, muchas ajenas a la mía, excepto por el hecho de que todos éramos viajeros. 

Seguramente, no todos teníamos el mismo destino, no todos íbamos a la misma velocidad ni llevabamos la misma carga, no usábamos los mismos métodos para movernos, pero definitivamente todos éramos viajeros, transeúntes, peregrinos… y ese certeza de saber que todos atravesamos el parque, como ataravesamos la vida, en sentido figurado, de alguna manera me hizo sentir menos distinta, menos ajena.

Me mire a mí misma sobre esa bici, iba rodeada de los que más amo, ellos son mis compañeros de viaje, son los ojos que me ayudan a ver cosas que no percibo, a mirar, pero desde otro ángulo. A pesar de que los viajes son fundamentalmente personales, los internos digo yo, tener un compañero siempre lo hace siempre más rico, más divertido.
 
Doce kilómetros mas tarde, después de sortear varios obstáculos, de parar varias veces para mirar y para comentar lo que veíamos, llegamos al punto donde teníamos que devolver las bicicletas, ¿es una buena analogía no? Algún día tendremos que devolver la bicicleta, habrá que inevitablemente terminar el viaje.

Quisiera pensar que aún nos queda mucho tiempo en esta travesía, pero guardo la esperanza de que ese día nos encuentre con los ojos llenos de fabulosos paisajes, con la mente más amplia, que lleguemos menos ajenos y fundamentalmente rodeados los que nos acompañaron en el periplo.

¡Hasta el próximo post!

martes, 18 de abril de 2017

El Hilo rojo

En mi país decimos que abril aguas mil. Aquí en Alemania abril es como un pequeño caprichoso que termina haciendo lo que quiere, pasa del sol a la lluvia como un niño de la risa al llanto.

Hoy, el regreso a la realidad después de las vacaciones de Pascua ha sido duro y frío, la primavera ha decidido esconderse esta semana. Camino por entre las góndolas del supermercado, después de varios días fuera de casa, necesito hacerlo. Sin darme cuenta me descubro tratando de encontrar una cara familiar, a pesar de los años que llevo fuera de mi ciudad todavía me sorprendo a mí misma haciendo lo mismo que hacía allí, me gusta observar a las personas, me maravillo pensando que por mucho que mire no encuentro ninguna igual, algunas me sonríen y otras miran esquivas hacia otro lugar.

De repente dos mujeres de unos sesenta años se miran y, tras pensar por una fracción de segundo, se acercan la una a la otra, una de ellas se abre ofreciendo un abrazo y la otra un poco menos efusiva al principio, acepta el gesto y termina por corresponder, tras unos breves segundos de contacto se miran, se reconocen y sonríen de oreja a oreja. Una fluida conversación que no entiendo, pero intuyo, sustituye la sorpresa de los primeros segundos. Las mujeres se sostienen por los hombros, se han vuelto a encontrar.
¿Han escuchado sobre la leyenda del hilo rojo? Después de ver la escena de las mujeres en el supermercado me he quedado pensando en ella. Es un mito presente en las culturas asiáticas que dice que hay un hilo rojo invisible que conecta a aquellos que están destinados a encontrarse, sin importar tiempo, lugar o circunstancias. El hilo se puede estirar o tensar, pero nunca se romperá. Según la leyenda, el abuelo de la Luna, cada noche sale a conocer a los recién nacidos y a atarles un hilo rojo a su dedo, un hilo que decidirá su futuro y que guiará a estas almas para que no se pierdan.
El de hoy, me recuerda mis propios encuentros, esos que de tanto esperarlos han dejado de ser deseos y se han convertido en proyectos.  Yo, prefiero pensar que puedo manejar mis propios hilos, sean del color que sean, pienso que el destino baraja las cartas, pero somos nosotros los que decidimos como jugarlas.

Creo que los hilos finalmente se rompen si no trabajas en mantenerlos íntegros, que la distancia física o emocional y las circunstancias sí que los tensan a menos que te ocupes de juntar los extremos día a día. Estoy convencida de que las relaciones sean de la naturaleza que sean necesitan mucho trabajo, esfuerzo y compromiso diario si se quieren mantener en el tiempo y que esa permanencia no es fruto del azar, sino más bien un ejercicio consciente de voluntad.
Me gusta pensar que muchos hilos me unen a la gente que amo, me los imagino de muchos colores y los veo entrelazados, formando un tejido que me sostiene, que me abriga. Me gustan mis hilos y aunque a veces se tensen un poco quiero pensar que soy capaz de mantenerlos enteros para que cuando me encuentre a los que los sostienen por el otro extremo, sea capaz de abrirme en un abrazo y de reconocerme en sus ojos.
¡Es increíble en todo lo que se puede pensar mientras se camina por el supermercado!
¡Hasta el próximo post!

sábado, 8 de abril de 2017

Hay gente que está, este donde este...

 
 La voz ronca del piloto alemán suena en el fondo, anuncia en un gutural Inglés, que el avión en el que estamos sentados en este momento tardará 20 minutos más en despegar. Aparentemente, un banco de niebla cubre el aeropuerto Heathrow de Londres ,donde planeamos disfrutar de nuestro feriado de Pascua y festejar el cumpleaños del hombre que literalmente me quita el sueño desde hace 17 años.

Tengo 20 minutos para leer noticias y echarle  un ojo a las redes sociales.  Me estremece comprobar que el mundo esta definitivamente loco, tengo la fortuna de estar en contacto con amigos y familia en varios países y mi Facebook está inundado de protestas, incidentes, marchas, guerras e inundaciones. En esta era digital, estamos tan lejos pero tan conectados que compartimos penas y alegrías en tiempo real.

 La distancia, sin embargo, magnifica los sentimientos , o los hace más profundos o bien los borra del mapa, eso incluye la relación con tu país, lo ves tal cual es, con sus maravillas y sus  carencias, te vuelves realista y objetivo, te invaden sentimientos encontrados, quieres integrarte pero no desarraigarte, quieres estar allí pero no estás.

 Veo a la gente de mi país envuelta en banderas tricolores luchando por la libertad y el derecho a la transparencia y me apena profundamente no poder gritar a viva voz y en la mitad de la calle, lo que el gobierno descaradamente quiere callar.

Mi avión sigue sin moverse…Me pregunto donde quisiera estar.

Pienso en Ecuador, pero no pienso en esas fotos  que veo en las redes, en mi cabeza no veo marchas ni contramarchas, no escucho gritos.. a mi memoria vienen el olor a tierra mojada del jardín cuando llueve, el chocolate caliente con queso en la cocina de mi mami, las montañas verdes que tanto añoro, las humitas de mi abuelita, el sol, la luz, el mar calentito sobre la piel, los amigos, la familia, la sonrisa de la gente, esa que en estas germánicas tierras es tan ocasional. Pero de repente, inevitablemente, pasa…viene a mi mente sin anestesia, ese Ecuador que me frustra y me enoja, ese, que me da dolor de estómago.

Me siento un poco como un espectador en una obra que trata de mi vida pero hay capítulos  en los que no puedo actuar,  los protagonistas son otros y definirán parte de mi futuro y del de mis hijos.
Mi respeto y agradecimiento a los que defienden lo que sienten correcto, a los que leen, a los que se informan, a los que se comprometen y de manera responsable exigen un Ecuador mejor.

Pienso honestamente que nuestro país necesita más ciudadanos críticos,  comprometidos con el quehacer político pero no solo en época electoral, sino siempre.
Confío en estar educando dos ecuatorianos con una visión más amplia,  con una responsabilidad ciudadana real, confío en que algún día ayuden a hacer la diferencia.
Confió también en que en su memoria, Ecuador sea siempre sinónimo de luz, de alegría, de hogar. Confío en que "estemos", aunque físicamente nuestro destino nos lleve a otras tierras. Espero que seamos de esa gente que está aunque no este presente, esa gente que está donde quiera que este.
Confío en que este avión nos lleve a nuevas oportunidades de aprender. Confió en que a los nubarrones se los lleve el viento. Confió en que finalmente despeguemos! Todo esto en sentido figurado y literal.
Hasta el próximo post!

martes, 28 de marzo de 2017

Dust if you must....

Eran las cinco de la mañana, yo había salido la noche anterior con una amiga y llegué tarde. Mi hijo menor que ya me había dicho que se sentía un poco mal, entró a mi cuarto quejándose amargamente de que le dolía la cara. Cuando lo vi tenía el cachete hinchado como una manzana.

El día anterior se quejó de un poco de dolor, no le di importancia al asunto, simplemente pensé que se habría mordido o que talvez tenía alguna úlcera dentro de su boca, le pedí que haga gárgaras con un medicamento y  me quedé tranquila y después salí. Pues no, la úlcera no era tal.
¿Dónde ir? ¿A quién llamar? ¿Será grave?, lo que en Ecuador se hubiera resuelto con una llamada a nuestro siempre diligente pediatra, aquí se convirtió en un acertijo. Por supuesto, era Sábado en la mañana y no habría médico disponible, mejor no enfermarse aquí en fin de semana, de Lunes a Jueves en horario laboral ó el Viernes hasta el medio día esta bien y eso si, con una cita que deberás hacer con un mes de antelación, caso contrario como diría mi marido… fregado el chagra.

Trataba de recordar las indicaciones de nuestra agente de reubicación, una tras de la otra, haz esto pero no aquello, ve aquí pero no allá, di esto pero no digas esto otro…¿Cómo era? ¡No debí haber salido ayer! Me sentí culpable… debí haberme quedado en casa, debí haberle hecho más caso cuando se quejó, debí aprender alemán cuando era niña, ¡debí estudiar medicina! Debí, debí, debí… ¿Por qué nos encanta a las madres azotarnos­? Nada de esas cosas, que, en ese momento me hicieron sentir culpable eran válidas, nada hubiera impedido el curso normal de los acontecimientos. Sin embargo, me regodeé en mi culpa.

La culpa viene directamente del ego, es nuestro yo herido por una supuesta falla el que nos hace sentir así, es un sentimiento tan improductivo, es llover sobre mojado, nada bueno sale de ella, lo que la causa muchas veces puede ser cambiado o solucionado. Sin embargo aferrarse a ella, nos paraliza, no nos deja disfrutar del hoy, nos ancla al ayer, a lo que pudo haber sido y no fue.

Ese viernes en la noche, el de la culpabilidad, me reencontré con una amiga muy querida, caminamos, comimos, conversamos y hasta bailamos, la pasamos muy bien. Si hubiera hecho lo que según yo debí hacer, visto en retrospectiva claro, nada hubiese cambiado, mi hijo se hubiese enfermado igual y a la misma hora, pero yo no hubiera disfrutado de esa noche.
Hace un tiempo leí un poema que se llama: “Dust if you must”, lo comparto en este post, es sencillo, divertido y lleno de verdad.

La vida pasa, los ríos corren, las estaciones cambian, las decisiones que se toman, tomadas están. Nos corresponde elegir y juntar esos pedacitos de felicidad que la vida nos da, uno por uno y vivirlos a plenitud, sin culpas, para que algún día cuando ya no podamos hacer aquello que deseamos, no porque no debemos, sino porque el paso del tiempo no lo permita, podamos mirar atrás y decir felices, que valió la pena, que lo importante se hizo y se hizo bien, que no se dejó nada en el tintero.

Mi hijo está bien, ahora sé qué hacer si se enferma el fin de semana o el Viernes en la tarde ;-). Nada grave le pasó y aunque me llenó de culpa, se qué, aunque lo hubiera intentado de pequeña, yo no nací ni para médico, ni para germano parlante!
Disfruten sin culpa pero con responsabilidad, corran, coman, tiéndanse al sol, que este día no volverá... que la vida es una y como dice mi abuelita, pasa volando! hasta el próximo post!

jueves, 23 de marzo de 2017

Silbar un poco

Es bien sabido que uno no sabe lo que tiene hasta que lo pierde, bien, el caso es que cuando nos mudamos a Sudáfrica, de eso serán cuatro años pronto, nosotros supimos lo que teníamos desde el momento en que aterrizamos en esa maravillosa tierra soleada y cálida,  y donde mucha de su gente, a pesar de sus carencias, lucía feliz y cantarina. 

La energía positiva era casi física, la gente saludaba por la calle, los meseros cantaban mientras limpiaban, los niños corrían descalzos en la playa mientras los padres despreocupados se tendían al sol, el tráfico fluía sin problemas y salvo pocas excepciones la gente era extremadamente amable, por supuesto que tienen sus propias luchas y muchas, pero esa fue nuestra primera impresión.

En Sudáfrica mis hijos aprendieron un nuevo idioma, corrieron libres y sin zapatos, treparon árboles, hicieron amigos entrañables, vieron animales que antes solo habían visto en libros… pero sobre todas las cosas aprendieron o mejor dicho, aprendimos que tu actitud determina la felicidad.  

Teníamos un jardinero llamado “Listen”, yo solía llamarlo…. ¡Listen, “Listen”!  y él se moría de risa. Mientras hacía el jardín, incluso bajo el sol africano, Listen solía silbar o cantar. Mi hijo mayor lo miraba curioso tratando de entender cuál era la razón de su felicidad. Un día fue y le pregunto: - Listen, Why are you whistling all the time? El paró de silbar, como no entendiendo muy bien la pregunta, y sonriendo respondió: - Because, it makes me happy! Es tan fácil olvidarse de esto, que es, en el fondo tan sencillo, hay cosas que simplemente nos hacen felices, independientemente de donde estemos o de lo que tengamos.
Conocimos a un francés que te preguntaba, primero como te llamabas y después cual era tu pasión, para él ,era importante saber que era lo que te hacía feliz, no donde vivías o que hacías ahí, simplemente que era lo que hacía que tu alma saltara de gozo. A mí me gusta escribir y compartir con la gente que me importa lo que aprendo, yo pinto cuando me siento triste y también cuando me siento feliz, mi esposo monta bicicleta a 41 o -5 grados, Eduardo lee sin medida ni clemencia y mi hijo menor invierte horas sentado frente a sus legos tratando de reconstruir el mundo pieza por pieza. Qué te apasiona? Qué es lo que te hace feliz?
A Sudáfrica le debemos el haber entendido que para ser felices no se necesita tanto como nos cuentan, lo que se realmente se necesita es un corazón abierto, vivir en el presente, disfrutar lo que tienes hoy y no lamentarte por lo que dejaste atrás, y por supuesto silbar un poco de vez en cuando ;-) 

martes, 21 de marzo de 2017

Alemania, el alemán y los alemanes

Todo va a estar bien... las palabras de mi esposo aún resuenan en mis oídos, supongo que de tanto haberlas escuchado.

¿Que vamos a hacer? ¿Cómo nos vamos a comunicar? ¿Dónde vamos a vivir? ¿Podremos hacer amigos? y así una lista interminable de preguntas se agolpaban en mi cabeza durante las once horas que nos tomó volar desde Johannesburgo hasta Frankfurt.
Como para la mayoría de las mamás,  mis preocupaciones eran un abanico que iba desde el inmediatísimo plazo hasta los posibles traumas permanentes que nuestros hijos tendrían  causa de nuestras decisiones. En el otro extremo estaba mi siempre optimista esposo tratando de atacar las cosas una a la vez y según se presentaran.

Parece ser que si mezclamos estas dos formas de enfrentar las cosas tendremos como resultado: ¡Un alemán! Si! en Alemania todo esta planeado desde mañana hasta la eternidad, pero las cosas se manejan una por una y una tras de la otra, el multitasking no esta muy bien visto por estas latitudes y es mejor, poco pero bueno que mucho pero de pobre calidad; eso se aplica a casi todo, el trabajo, el estudio, los productos que compras etc.
El idioma es tan especifico que hay muchas palabras: sustantivos, verbos y adjetivos que son imposibles de traducir, porque solo a los alemanes se les puede haber ocurrido tal cosa.

Nuestros anfitriones germánicos pueden parecer fríos y distantes, y a veces lo son, pero yo diría que son honestos, nunca se acercarán a menos que les interese, no tienen tiempo para las conversaciones banales y si deciden ser tus amigos lo serán de por vida. Hacen lo que dicen y dicen lo que hacen. Son estrictos pero consecuentes, exigen y se exigen a si mismos, cuando les preguntas si hablan inglés, que generalmente es el caso, suelen contestar "just a little" y acto seguido recitan a Shakespeare.. :-)

Nos ha tomado un tiempo entender varias cosas, pero a medida que el tiempo pasa, creo que es verdad lo que oí durante once horas en ese avión... todo va a estar bien!

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