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sábado, 28 de abril de 2018

La mano amiga del extraño

Era un día perfecto, el sol brillaba y una suave brisa mecía las flamantes hojas de los árboles de mi jardín. Las flores de los árboles de cerezo caían como copos de nieve sobre el césped formando una alfombra rosa.


Todo invitaba a saltar de la cama y salir de la casa lo antes posible. Después de un pequeño episodio de alergia el día anterior,  mis dos torbellinos se despertaron felices y determinados a disfrutar de este maravilloso día de primavera.

Decidimos ir en las bicicletas al centro de la ciudad, fue un paseo de unos 10 kilómetros, paramos a desayunar en una terraza, curioseamos en algunas tiendas y luego pedaleamos hacia un parque que en otros tiempos era el coto de caza de los duques de estas tierras. Estanques con cisnes, flores por todas partes y el reflejo del sol sobre el río, realmente estábamos disfrutando el paseo, del tiempo juntos y del viento en la cara. Hablábamos animadamente del helado tamaño remordimiento que nos íbamos a comer cuando pasáramos el siguiente puente.

Todo era perfecto, hasta que dejo de serlo. No llegamos al puente, un sonido ronco en mi bibibleta me aviso que algo pasaría. Una rama se enredó  y rompió la cadena, en ese momento no entendí que fue lo que pasó, pero en una fracción de segundo aterricé aparatosamente sobre mi rodilla izquierda. Mi primera reacción, típica de mujer, fue pararme, sacudirme y decir: “tranquilos, no pasó nada”. Fue ahí cuando vi las caras de mis hijos asustados y escuché sus voces preocupadas, ¿mami, estás bien? -Se rompió tu cadena- ¿Te duele mucho? ¿A quién llamamos? Sus ojitos se veían llorosos y angustiados. Todavía llena de adrenalina, en realidad no sentía dolor, mas bien les decía que no había razón para angustiarse tanto.

En eso, una pareja joven se acercó para ayudar, decían que hay que llamar a la ambulancia...¿Cómo? Fue entonces cuando me fijé en mi rodilla, mi pantalón roto no era buena señal,  la rodilla tenía un corte profundo y bastante grande que mereció cinco puntos de sutura. Caerse sobre las piedras no es una buena idea.

El tema es que estábamos solos, mi esposo de viaje por dos semanas estaba al otro lado del globo. ¿A quien llamar? .¿Que hacer en el medio de un parque inmenso a 10 Km de casa,  con la rodilla lastimada, dos niños y tres bicicletas?. Aquí no hay familia, aquí no están los amigos de toda la vida.

Este post lo escribo desde la gratitud, es un homenaje a los extraños que sin conocerte tienden la mano y te ofrecen ayuda. La pareja de jóvenes que paró, me ayudo a caminar, empujó las bicicletas, llamó a la ambulancia, acompañó a los chicos y no paraba de repetirme: No te preocupes, te tenemos, se convirtieron por unos minutos, en los amigos que están lejos. Mis amigas, pocas pero buenas, me ayudaron a recoger las bicicletas, me encontraron en el hospital y me llevaron a casa y se convirtieron en la familia que no está.  Mis hijos aún pequeños se convirtieron en protectores, saltaron a la ambulancia sin pensarlo dos veces y me sostuvieron la mano. Son estos gestos ofrecidos sinceramente los que hacen de este mundo un lugar mejor.

Hay que levantarse después de caerse y continuar moviéndose para conservar el equilibrio, los caminos a veces traen piedras y muchas otras te ofrecen amigos, después de todo la vida no es tan distinta a un paseo en bici.


Estoy segura de que la herida sanará y solo quedará la cicatriz, espero que no muy grande, pero lo que pasó esa mañana me marcó mas allá de la rodilla.  Estas muestras de apoyo inesperado son increíblemente poderosas, nos devuelven la fé, nos ayudan a saber que no estamos solos. 
Hay personas buenas en el mundo y cuando no las encuentras debes tratar de ser una de ellas. Las muestras de apoyo y amabilidad no tienen desperdicio y aunque son gratis, son invaluables. Seguramente, harán la diferencia en la vida de alguien y serán mi inspiración para algún día, cuando me toque, poder ser la mano amiga de un extraño.

Hasta el próximo post!


miércoles, 11 de abril de 2018

I´m free!

Hace unos días que regresamos de nuestras vacaciones de Pascua. Nuestra ciudad nos ha recibido con un clima espectacular, propio más de la temporada estival que de la primavera. Este año elegimos visitar Berlín, la capital alemana es una ciudad increíble, de esas que te atrapan desde el primer momento.



Si vives en Alemania, a menudo escucharás que Berlín no es realmente Alemania, y cuando la ves, entiendes por qué. Sin embargo yo difiero, si algún lugar retrata la historia de Alemania, sus luchas, sus errores y su afán de reivindicación, ese lugar es Berlín.  Si has leído alguno de mis relatos, sabrás que los viajes para mí no son acerca de cambiar de posición geográfica, a mí me gustan los lugares que me dejan ver nuevas perspectivas, que me enseñan y me ayudan a entender la realidad de formas distintas y Berlín es ese lugar sin rastro de duda.



Prácticamente destruida durante la Segunda Guerra Mundial y después partida en dos, por un muro que le ha dejado una cicatriz permanente, la ciudad tiene un trazado bastante particular, mientras caminas por ella no paras de preguntarte en que Berlín estas y quienes son todas estas personas, que hablando en distintos idiomas caminan por sus calles. Berlín es lo que los alemanes denominan multi-kulti, un mosaico de razas y lenguas que le dan un carácter único.
Berlín tiene una herida abierta y permanece abierta un poco a propósito, la ciudad es un monumento vivo que te recuerda permanentemente y a cada paso lo que la intolerancia provoca en el mundo. Conviene no olvidar o te verás repitiendo los mismos errores una y otra vez.

Caminar por las calles de esta ciudad es como ir por un museo al aire libre, pero en este museo lo que ves, lo que lees y lo que aprendes te conmueve de una forma muy profunda; se trata del sufrimiento real, del de la gente de a pie, del de la gente como tú o como yo. Berlín es una ciudad en constante movimiento, una ciudad, destruida, bombardeada, dividida y reunificada, con construcción a cada paso, con una sorpresa en cada esquina: Un pedazo del muro, un artista callejero, una exposición de fotos. Es una ciudad con espíritu, con uno muy fuerte, uno que se ha formado a golpes.


Mientras caminábamos c
erca del Check Point Charlie, el cruce más conocido entre las dos Alemanias, encontramos una exposición temporal del artista Yadegar Asisi, se llama “The Wall”, Die Mauer en alemán. Es difícil imaginar que hace menos de 30 años en ese mismo lugar estaba el muro. Se trata de una toma en 360 grados proyectada a gran escala, 60 metros de largo por 15 de alto, que revive la época de la división y ofrece una escena cotidiana en el Berlín de los años 80.


En la escena se puede ver la vida dividida de Berlín, la franja de la muerte de varios metros de ancho y las vallas fronterizas rodeadas de arena que separaban el este del oeste. A medida que la pantalla se va iluminando parecería que esta cobra vida, se ve a los niños jugando, un par de turistas tomando fotos, los agentes de la policía secreta apostados en sus puestos de vigilancia. También se escuchan los ruidos normales de la ciudad y en el fondo, citas originales de los discursos de políticos de ambos lados, como aquel famoso: “Ich bin ein Berliner”,- Yo soy un berlinés-, pronunciado por Jhon F. Kennedy en Junio de 1963. La experiencia literalmente te envuelve.

Una muestra fotográfica recoge imágenes capturadas por los testigos de la vida a la sombra del muro, fotos de padres, madres, hijos y hermanos llenan las paredes con historias sobre huidas exitosas, extorsiones, familias separadas y vidas quebradas por una pared que se fue perfeccionando año tras año hasta volverse impenetrable.


Al final de la exposición eres libre de escribir en las paredes o el suelo, como si de un grafiti se tratara.
Me sorprendió ver a mi hijo menor acostado cuan largo es, escribiendo con esfuerzo con un marcador casi seco. Cuando me acerqué para ver lo que había escrito, leí: “I´m free!”.

Ese día lloré y también agradecí.


Gracias Berlín! Hasta el próximo Post!

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