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miércoles, 26 de abril de 2017

No somos los únicos viajeros


Una explosión de color cubría el famoso Hyde Park de Londres, los tulipanes cuidadosamente plantados y los cerezos en flor ofrecían un espectáculo digno de contemplar.

Mientras tratábamos de atravesar el parque en bicicleta, una marea humana, intentaba en todas las direcciones posibles hacer lo mismo, iban a pie, usaban patines, patinetas o bicis. Unos cuantos corrían a toda velocidad, mientras otros caminaban tranquilos ajenos a la vibrante multitud.

Los que habían escogido la bicicleta, como nosotros, también eran diferentes e iban a distinto paso. Había aquellos que vestidos de ciclistas, aprovechaban la hora pico para hacer ejercicio, estaban los hípsters con sus maletas de cuero y sus carísimas bicicletas vintage y otros que podías adivinar, volvían a casa después de un día de trabajo. También estábamos esos a  los que se nos notaba que veíamos el paisaje por primera vez, los que queríamos detenernos para ver, oler y registrar esto que era completamente nuevo.

Ojalá fuésemos los únicos viajeros pensé, es imposible parar en esta ciudad.

Pero no, no somos los únicos viajeros y no todos los viajes son acerca de aviones, trenes y conocer nuevos países. Hay algunos viajes, probablemente los más importantes, los más cansados, los que te marcan, que son acerca de mover tu mente de un punto hacia otro, de cambiar la forma en la que percibes la realidad y entiendes la vida.

Al igual que la multitud del parque, somos nosotros los que escogemos la velocidad a la que vamos en ese viaje y la forma como lo hacemos, podemos ir a toda marcha o podemos parar para contemplar los puntos en el camino.
Mientras veía a esta pintoresca marea humana esa tarde, no podía dejar de imaginarme que cada uno tenía su propia vida, su única historia, la madre que volvía con el bebé después de la guardería, el chico joven que entrenaba para alguna carrera, los oficinistas con terno, corbata y zapatos de deporte… Millones de historias atravesaban ese parque, muchas ajenas a la mía, excepto por el hecho de que todos éramos viajeros. 

Seguramente, no todos teníamos el mismo destino, no todos íbamos a la misma velocidad ni llevabamos la misma carga, no usábamos los mismos métodos para movernos, pero definitivamente todos éramos viajeros, transeúntes, peregrinos… y ese certeza de saber que todos atravesamos el parque, como ataravesamos la vida, en sentido figurado, de alguna manera me hizo sentir menos distinta, menos ajena.

Me mire a mí misma sobre esa bici, iba rodeada de los que más amo, ellos son mis compañeros de viaje, son los ojos que me ayudan a ver cosas que no percibo, a mirar, pero desde otro ángulo. A pesar de que los viajes son fundamentalmente personales, los internos digo yo, tener un compañero siempre lo hace siempre más rico, más divertido.
 
Doce kilómetros mas tarde, después de sortear varios obstáculos, de parar varias veces para mirar y para comentar lo que veíamos, llegamos al punto donde teníamos que devolver las bicicletas, ¿es una buena analogía no? Algún día tendremos que devolver la bicicleta, habrá que inevitablemente terminar el viaje.

Quisiera pensar que aún nos queda mucho tiempo en esta travesía, pero guardo la esperanza de que ese día nos encuentre con los ojos llenos de fabulosos paisajes, con la mente más amplia, que lleguemos menos ajenos y fundamentalmente rodeados los que nos acompañaron en el periplo.

¡Hasta el próximo post!

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