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miércoles, 17 de mayo de 2017

El viento detrás de tus alas


 

Mi padre murió hace cinco años.
Esa noche de mayo, fue una carrera contra el tiempo, traté de llegar para besar su frente, para decirle que lo amaba profundamente, para decirle gracias, pero no pude… Llegué tarde.

Regresaba a Quito en un vuelo que se retrasó y cuando llegué era tarde, él ya no estaba. La idea me persiguió por muchos meses, entonces todavía no entendía que hay ciertos hombres que no se van jamás.

Ese día, sentí que el viento dejó de soplar, que el mundo dejó de girar y que toda la luz de repente se apagó con él. Un dolor profundísimo me atravesó el alma, era ese dolor que te producen las cosas que sabes que no puedes cambiar, ese dolor que causan las heridas sin remedio.

Mi papá era un hombre particular, no el común de los mortales diría yo. Era dueño de un intelecto privilegiado y de una memoria increíble, antes que Google existiese, existía mi papá. Cuando yo era pequeña, él solía venir a conversar conmigo por la noche, me hablaba de cosas increíbles, de política, de economía, del libro que estaba leyendo. Nunca cambio su forma de expresarse para hablar conmigo, a veces las palabras se me quedaban, resonando en la cabeza y al día siguiente las buscaba en el diccionario. Amaba esas conversaciones, amaba las palabras grandes, amaba que me hablara como si yo fuera capaz de entenderle.
Mi papá no era el típico padre que te leía un cuento antes de dormir o que te enseñaba rondas infantiles, creo firmemente que no se sabía ni una, eso sí a mis tiernos años yo podía gritar a voz en cuello las barras de la Liga y me sabía de memoria la canción del gato viudo.  Mi viejo no creía en princesas ni príncipes, no era un gran aficionado de los cuentos de hadas como material de lectura. En cambio, le gustaba que leyera las fabulas de Esopo, me introdujo a la mitología griega y me regaló mi primer ejemplar de El Principito.

Creo que no hay nada más poderoso que la confianza, aquella que tienes en ti mismo, pero también aquella que te ofrecen los que te aman, él me convenció a fuerza de repetírmelo todos los días de que si yo me proponía algo sería capaz de hacerlo, que lo único cierto que tienes en esta vida es la capacidad de decir “Yo puedo”, me hizo creer que volar era posible.
Esa noche cuando sentí que el viento dejó de soplar, la sensación fue casi física, el silencio era insoportable, la ausencia eterna.


Pero como todos los hombres buenos, él no se ausentó en realidad, solo cambió de forma… se convirtió literalmente en la brisa que sopla libre. Sus palabras vienen a menudo a mi cabeza, las escucho como el suave ulular del viento entre los árboles.
El viento sopla en todas partes, se muda conmigo, su fuerza me empuja, me envuelve y sopla permanentemente detrás de mis alas.

Gracias Jorgito por haber sido mi padre.

6 comentarios:

  1. tienes razón...hay quienes no se van nunca...viven en los pasos que dan quienes aprendieron de ellos.

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    Respuestas
    1. Si mi querida Rita, viven y vivirán por siempre en los que amaron y los amaron.

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  2. Carlita eres una persona muy sensible, tu padre tanto en este mundo como en el cielo se ha sentido siempre muy orgulloso de ti.

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  3. Gracias Jorge! Eres tocayo de un gran hombre!

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